JAVIER BERGANZA: Carlota nos trae una película interesante con una premisa fuerte y cocinada a fuego lento. Una feliz familia vive apartada en una casa entre las montañas. El matrimonio y sus hijas convive rodeada de huertos, cactus y juegos, hasta que un senderista perdido hace acto de presencia. Rafa (Ricardo Gómez) parece querer orientación y un poco de agua, pero debajo de esa sonrisa se esconde un plan que la película nos va desvelando poco a poco. El ejercicio del guion es excelente, sabe condensar e ir filtrando poco a poco la información necesaria para que el espectador se quede impaciente con los interrogantes que van surgiendo a lo largo del metraje. Todo estructurado con una pluma muy fina, en un equilibrio firme.
Sin embargo, sus detonantes narrativos dejan bastante más que desear. Los motivos por los cuales todo avanza y da un giro son poco sostenibles. Las excusas que Rafa va encontrando para no marcharse de esa casa son más bien flojas y se podrían esquivar con un simple “vete de aquí”. Además, sin abandonar la parte del guion, el primer acto está demasiado alargado. Hay un prólogo inicial que nos sirve para colocar los acontecimientos previos a lo que va a ocurrir, pero ese primer acto de presentación dura casi 20 minutos. Excesivo teniendo en cuenta que es una película de hora y media y que el efecto rutinario y de vida tranquila que esta familia vive ya queda claro durante toda la narración; desde mi punto de vista, es innecesario ahondar tanto tiempo en esa tranquilidad antes de la tormenta.
Ricardo Gómez y Ariadna Gil están en un muy buen espacio. Daniel Grao se queda algo lejos aunque defiende casi todo bien (a excepción de una secuencia dónde los nervios le pueden y la sobreactuación también) Y las niñas, por su parte, funcionan como nexos que aportan tranquilidad y nervio a partes iguales. Son elementos externos que aparecen para dotar o quitar ritmo y que funcionan maravillosamente. Mayoritario peso en la trama para Zoe Arnao (Las niñas) y Aina Picarolo, en edades ya más avanzadas y con un peso madurativo interno mayor que les permite tratar de enterarse de todo. Hay momentos en los que la película trata de hacernos eso, de vivir todo desde el punto de vista de las niñas, quienes buscan averiguar qué es lo que pasa. En otros instantes esa idea se diluye y el espectador traspasa las paredes para saber la información necesaria.
Lo dicho anteriormente, un master class de dosis de información, de saber qué y cuándo decir cosas. Aunque los detonantes son flojos y la resolución final, aunque buena, no termina de pagar las expectativas que el metraje va generando. Bien.