JAVIER BERGANZA: La nueva comedia de Daniel de la Orden llega a los cines y se queda en la memoria del espectador. Una familia burguesa catalana quiere pasar un último fin de semana en la casa de verano. Cientos de recuerdos y momentos felices que tratan de esconder una realidad más oculta. No se soportan. Montse (Emma Vilarasau), la madre de la familia, quiere vender la casa y para poder pagar así la residencia de la abuela de la familia. Júlia (María Rodríguez Soto) y David (Enric Auquer), sus hijos, aceptan a regañadientes; mientras que Carlos (Alberto San Juan), su ex marido, quiere convencerla de mantener la casa.

Lo que parece una premisa típica que lleva a una comedia de enredos, termina por hablarnos de un drama familiar con reflexiones mucho más modernas. Un padre ausente que solo se ha dedicado a su bufete con la excusa de aportar dinero y matarse a trabajar. Una madre con una crisis del nido vacío que aún le afecta, una hija con un amante y que es incapaz de hacer frente a la realidad frente a sus hijas y a su marido, y un hijo envuelto en una relación tóxica y narcisista que trata de tapar con el velo del romanticismo.

Todo con una introducción potente que funciona de mcguffin. La sucesión de hechos hace que nos olvidemos de ese arranque, que termina por volver a aparecer para ponerle el lazo a todo. Mientras tanto, el pulso dramático trata de alimentarse de una cuenta atrás: al acabar el fin de semana llegan los nuevos compradores. Ese reloj bajo la mesa no termina de estar del todo presente, comido por la sucesión de eventos que enriquecen más la narrativa. La premisa cae casi en el olvido y uno, como espectador, se queda en el presente.

Una película coral en la que es difícil destacar a alguien por encima. Emma está brillante, pero no demasiado lejos se quedan Maria y Enric, quiénes sostienen con una naturalidad envidiable dos personajes mucho más complejos de lo que parecen a priori. Alberto San Juan se queda algo más atrás, por simple peso en la historia. Su personaje recae en un perfil más secundario, pese a que su faceta en la historia es prioritaria.

Los secretos se revelan a fuego lento, cocinados con estilo. Daniel de la Orden vuelve a demostrar ser un director muy en forma. Consiguiendo una obra con muchas más capas de lo que puede parecer en un principio. La fotografía es muy bella, deja el peso de la narración en planos largos, para ahondar en el plano corto justo cuando lo necesita. Se apoya en el contraste más bajo y no se pierde en unos escenarios que darían pie a ello.

En definitiva, una muy buena opción para estas semanas de calor. Olvidarse durante casi dos horas de sus problemas familiares para ver que otras familias lo tienen peor. O mejor.