Cartelera Turia

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AND THE GOYA GOES TO…

Un año más los focos del cine español se centran en la 34 edición de los Premios Goya, el mayor evento cinematográfico patrio donde se premia a las mejores películas del año. Esta edición se celebra en Málaga, una ciudad que se ha engalanado para rendir homenaje a Marisol (Pepa Flores) con la incógnita de si asistirá o no. Este año las finalistas a mejor película se las reparten Amenábar, Almodovar, Oliver Laxe, Benito Zambrano y el trío Jon Garaño, Aitor Arregi y José Mari Goenaga. Nuestra publicación, siempre comprometida con el Cine Español (fuimos Premio de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográdica, 2014) ha hecho un seguimiento de los estrenos del cine español y extranjero. Esto es lo que escribieron nuestros críticos Pedro Uris, Laura Pérez y Pau Vergara sobre las obras nominadas a Mejor Película. Todo muy igualado.¿Quién dará la sorpresa? Se hacen quinielas, pero parece que Pedro Almodovar se podría llevar el gato al agua, sin descartar Amenábar.

CRÍTICA DE MIENTRAS DURE LA GUERRA, de Alejandro Amenábar (2)

PAU VERGARA. Hay que agradecer a Alejandro Amenábar que no busque el camino fácil a la hora de contar historias. Si hacemos un repaso de su filmografía veremos que le gusta indagar y adentrarse en temas poco conocidos como la figura de Ramón Sampedro, en Mar Adentro o la Hypatia que lucha por salvar la sabiduría del viejo mundo, en Ágora. Mientras dure la guerra sube la apuesta y aborda la figura de un personaje realmente poliédrico y polémico como Miguel de Unamuno que apoyó el golpe de estado militar del 36 y luego se arrepintió. El resultado es tan interesante como irregular. Amenábar pone todo su buen hacer para contar una historia que transcurre en un doble plano: el personal de Unamuno y la gestación del golpe militar contra la República. El arranque es lento y explicativo. Se toma su tiempo para poder transmitirnos la posición de Unamuno y sus amigos ( un cura protestante y un catedrático de izquierdas).

La película remonta el vuelo con la aparición del general Millan Astray, fundador de la Legión, magistralmente interpretado por Eduard Fernández. Todas y cada una sus secuencias son memorables, hasta convertirse en el verdadero motor de la historia. Y sucede algo paradójico y es que la trama de la gestación y organización interna del golpe de Estado, termina ganando en interés a la propia historia de Unamuno. Amenábar apuesta por una realización clásica, sin muchos malabarismos con la cámara, lo que ayuda a dar credibilidad a la narración. Explora interesantes imágenes como la bandera en blanco y negro que vira hacia los colores de la República, un intento de conectar pasado y presente y de decirnos que los hechos contados no están tan alejados en el tiempo ( vamos a sacar ahora a Franco del Valle de los Caídos). No estoy para nada de acuerdo con la opinión de que Amenábar juegue a la equidistancia. Una cosa es la realidad histórica y otra la realidad fílmica en la que hay que tratar de ser sinceros con los personajes que se escriben y no caer en el maniqueísmo. Amenábar busca los matices y los claroscuros, aunque tengo la impresión que no termina de agarrar la historia por los cuernos y se queda en una cierta mirada superficial.

Los sabios de la Turia se inventaron esa calificación que dice “aspectos interesantes”, lo que equivale a un 2 de puntuación. Yo me voy a quedar ahí y que sean los lectores, los verdaderos soberanos de esta publicación, los que saquen sus propias conclusiones.

INTEMPERIE, de Benito Zambrano (3)

LAURA PÉREZ: Tras varios años de silencio, Benito Zambrano recibe el encargo de adaptar al cine la novela de Jesús Carrasco, Intemperie. Cogiendo el mismo nombre, el director sevillano –ganador del Goya por Solas- escoge especialmente un potente casting para hacer realidad una propuesta sugestiva a la par que compleja a nivel de producción. Y es que Intemperie se rodó en las áridas montañas de nuestra geografía, y logra transmitir a través de la acertada fotografía de Pau Esteve Birba, el calor sofocante, el miedo, la miseria de sus personajes, y la desolación que viven los protagonistas en todo momento.Intemperie adapta el relato de Carrasco al más puro western, y nos remite a la España de la posguerra, en un territorio desértico de lo más parecido al Salvaje Oeste americano. Un niño inocente huye del capataz opresor de su pueblo en busca de una vida mejor, pero por el contrario solo encuentra baches en su camino y un entorno hostil e infinito. La mano que le tiende el personaje de Luis Tosar (ninguno tiene nombre en el film) le hará darse cuenta que todavía hay esperanza para el ser humano. Y es que la de Intemperie es una historia de amistad y lealtad que pone a prueba a todos sus personajes; la perspicacia de los villanos, la valentía del pequeño protagonista –gran descubrimiento de Jaime López- y la perseverancia del pastor (Tosar), generan un equipo perfecto que logra generar interés y mantener la tensión de la audiencia. Atmósfera, fotografía y banda sonora completan una cinta que rezuma honestidad, que se aleja de pretensiones hollywoodienses, y con sus dos personajes a la deriva –y algunas secuencias de acción bien resueltas- cierra un western contemporáneo con aroma de los clásicos, de esos en que los buenos son muy buenos y los malos muy malos, pero que se disfrutan de principio a fin.

DOLOR Y GLORIA, de Pedro Almodóvar (3)

PEDRO URIS: Nuestros lectores son plenamente conscientes de que el cine de Pedro Almodóvar nunca ha sido santo de la devoción de esta publicación, tanto que algunos incluso han pretendido convertir ese divorcio en una de nuestras señas de identidad, algo que nosotros, y puedo hablar en plural, nunca hemos pretendido. El azar ha hecho, y ahora ya hablo en singular, que no me hayan caído en suerte muchos de los estrenos del cineasta, aunque sí que me han correspondido algunas críticas de sus películas y mi valoración siempre ha resultado bastante más negativa que positiva. Sin embargo, nunca me ha resultado fácil situarme en esa posición, y sigo hablando en singular, pues no sólo tengo simpatía por el cineasta, en lo social y en lo profesional, sino que, además, he sido consciente del amplio reconocimiento crítico —el del público se da por descontado— del que gozaba no sólo en España sino, especialmente, fuera de nuestras fronteras, de modo que siempre he tenido la convicción de que, con toda seguridad y con toda sinceridad, era yo el que estaba equivocado. Pero el que se dedica a esto de la crítica tiene que escribir la verdad, su verdad, y ya será el lector el que, a la vista del conocimiento que tenga de cada uno de los firmantes, confiará más o menos en sus recomendaciones. Como ya habrá observado el lector en el encabezado, en esta ocasión mi opinión sobre la película es mucho más optimista que en situaciones precedentes, aunque hay más de un trabajo de Almodóvar que me ha parecido interesante, o con el que he conseguido conectar más si queremos destacar ese te, tiene nuestra profesión. Me refiero a títulos como Entre tinieblas (1983), Carne trémula(1997) o la reconocida Mujeres al borde un ataque de nervios (1988) —ésta, especialmente, al revisarla después de muchos años—, aunque, en todo caso, han constituido una minoría dentro de su obra. Pero lo que cuenta ahora no es la trayectoria del cineasta y mucho menos la visión de este crítico acerca de ella, sino la película que se acaba de estrenar, Dolor y gloria, y se trata de un estimable trabajo, perfectamente situado dentro del universo narrativo —de trama y de puesta en escena— de Almodóvar, cuyo alcance moral y emocional ha conseguido atraparme. La película maneja evidentes claves autobiográficas —el excelente trabajo interpretativo del gran Antonio Banderas evoca conscientemente al cineasta— que han sido reconocidas por el propio Almodóvar —aunque bien matizadas en una entrevista que le hicieron en TVE, en la que aludía a su necesaria inserción dentro de las leyes de la ficción que, como bien sabemos todos los que nos hemos dedicado a algo de esto, nada tienen que ver con la contingencia de la realidad—. Esta relación con la «realidad», biográfica o no, es algo que, por otra parte, siempre me ha resultado secundario pues lo que me interesa es la historia que se cuenta en la pantalla y los personajes que la construyen. La historia en la ficción y no la historia en la vida real. El protagonista es un maduro cineasta de amplio reconocimiento internacional que se ve enfrentado, por unas circunstancias de incapacidad profesional, a un doloroso recuento de las experiencias de su vida. Un balance, el suyo y el de cualquiera, en el que siempre quedan sombras que, aunque sean las menos —las mucho menos, incluso—, crecen abonadas por ese sentimiento de culpa, de haber fallado o de haber defraudado, tan asociado al tiempo y a la conciencia humana. Y la historia es precisamente eso, una crónica del dolor humano, tanto físico como moral, que la película consigue engrandecer y trascender al enfrentarlo con la gloria de la que disfruta nuestro protagonista. Puede que muchos puedan, o podamos, sufrir con idéntica intensidad, pero sin el contrapunto de esa gloria la ficción —que no la realidad— se queda un tanto coja en su misión de sobrecoger al espectador. Al fin y al cabo, ésas son las claves del gran melodrama y el cine de Almodóvar respira dentro de ese universo, del cine de Douglas Sirk y de su transcripción europea de la mano de Rainer W. Fassbinder.

Narrativamente, la película sigue haciendo gala de esa (arriesgada) libertad que siempre ha definido el cine de Almodóvar, pero en esta ocasión haciendo pleno en todas sus incursiones fuera de la norma —el uso de la voz en off, los gráficos del dolor humano, esa pantalla compuesta de pequeñas ventanas que narra una parte de la historia—, y maneja una estructura bastante compleja que no sólo alterna / enfrenta sucesos del presente con sucesos del pasado, sino que, muchas veces, utiliza esa misma interrelación entre fiprotagonista / autor es alguien que, precisamente, vive de eso— para hacer avanzar la acción y contar una parte de ese pasado que, en otras ocasiones, ha recreado con los tradicionales flashbacks. Ejemplar a este respecto resulta la utilización de un texto teatral —y su correspondiente representación— para narrar la historia de amor del protagonista en los años de la convulsa movida madrileña. Como ejemplares resultan también otras muchas escenas y momentos de la película, tales como la inicial en el río, todas las rodadas con Penélope Cruz en las cuevas de Paterna, el descubrimiento de la sexualidad del niño protagonista, el encuentro con el amante del pasado a través de una conversación telefónica narrada con una puesta en escena de alto voltaje emocional (la mirada desde la ventana), la tremenda escena final con la madre a cargo de Julieta Serrano (y su desoladora conclusión en la escena siguiente) y, por supuesto, ese sorpresivo plano final que, una vez desvelado, se revela como imprescindible para cerrar el círculo de la historia. Muchos buenos momentos, casi todos, en una película que sabe aprovechar perfectamente los recursos de la ficción —esas «casualidades», como la asistencia a la función teatral del personaje interpretado por Leonardo Sbaraglia o la aparición final del cuadro de la infancia, que, sorprendentemente, se arropan de verosimilitud— y con todos sus personajes sometidos a un dolor que hunde sus raíces en la propia esencia del ser humano, de modo que el espectador se termina sumergiendo en el sufrimiento —físico y moral— de su protagonista y de todos esos personajes que, como él, han vivido tentando la gloria y lo siente como propio porque él también lo conoce, aunque le haya llegado a través de anécdotas y circunstancias muy distintas. Esa es la esencia del buen cine, una categoría a la que, sin duda, pertenece esta emotiva película.

O QUE ARDE, de Oliver Laxe (4)

LAURÁ PÉREZ: Oliver Laxe es un joven director español poco reconocido en nuestro país y difícil de alcanzar en la mayoría de salas comerciales. Su cine, tan autoral, intimista y plagado de simbolismo, ha sido reconocido y galardonado en muchas ocasiones en festivales internacionales como el de Cannes, donde junto a al catalán Albert Serra, está considerado uno de los mejores cineastas españoles contemporáneos. Después de Mimosas (2016) y su documental Todos vosotros sois capitanes (2010), Lo que arde llega a los cines tras recibir el Premio del Jurado en la sección Un certain Regard de Cannes. Laxe vuelve a su tierra (es gallego) y plantea un problema tan actual como la deforestación y la devastación del hombre (la máquina) contra la madre naturaleza, y un problema quizá no demasiado conocido, el de la enfermedad –el trastorno de la piromanía-. En la película, asistimos a la vuelta a casa de Amador, un viejo de la montaña que, intuimos, sale de prisión. En un remoto pueblo entre las imponentes montañas gallegas solo le espera su anciana madre (Benedicta Sánchez es una auténtica revelación, tan sencilla y natural). Laxe no explica mucho más, nos deja simplemente contemplar y deducir una intrahistoria tan dura como compleja de comprender, pero sí muy cercana al ser humano y a las relaciones interpersonales. Las magníficas interpretaciones de los dos escasos personajes, y la contundente e hipnótica fotografía filmada por las manos de Mauro Herce hacen todo lo demás. A falta de grandes conflictos externos –el único, presentado en el arranque del film en una maravillosa y silenciosa secuencia nocturna, en ese combate del hombre contra la naturaleza-, el director apuesta por las luchas internas, por dejar llevar sus personajes por un camino que siempre llega al mismo destino sin remedio aparente. Porque hay temas personales que no se pueden superar, o trastornos difíciles de curar, y Lo que arde expone de manera contemplativa y con muchos silencios, un relato quizá displicente para el espectador pero cálido y acogedor como el fuego de lo que arde.

LA TRINCHERA INFINITA, de Jon Garaño, Aitor Arregi y José Mari Goenaga  (3)

LAURA PÉREZ: Tras triunfar en los pasados premios Goya con Handia, y el éxito que han cosechado en su tierra, San Sebastián, ganando premios a mejor guion y dirección, el trío de cineastas compuesto por Jon Garaño, Aitor Arregi y José Mari Goenaga se lanza al vacío con una cinta que habla de nosotros, de la historia reciente de nuestro país y de hechos ocurridos durante la Guerra Civil y la posguerra. Los vascos se trasladan ahora al sur de la península para escenificar un duro relato que muestra las barbaridades que ocurrieron durante el conflicto; asesinatos, secuestros, violaciones y miedo, un miedo paralizante. Miedo ser señalado y convertirse en carne de cañón del otro bando. Eso mismo le ocurre a Higinio, quien se ve abocado a pasar más de treinta años escondido en casa, oculto bajo los cimientos de su propio hogar por miedo a lo que le pueda ocurrir. No sabemos de qué se le acusa, y los responsables de la película saben muy bien que es mejor mostrar la historia desde dentro para contar lo que pasa ahí fuera. Treinta años que abarca la película para mostrar la decadencia física y mental de un hombre, y cómo su matrimonio y familia hacen aguas por culpa del miedo. Fabuloso como siempre Antonio de la Torre, el personaje de Rosa nos sorprende con una brillante interpretación dramática de Belén Cuesta, quien nos tiene más acostumbrados a su vis cómica.

La trinchera infinita es sombría y exquisita en su puesta en escena y en la construcción de atmósferas, con intensos momentos dramáticos que logran transmitirnos el calvario de sus protagonistas. Pese a que redunde en ciertas situaciones y excede mucho su metraje para abarcar tres décadas de historia, logra que sintamos esa claustrofobia que ahoga a sus protagonistas, y sobre todo, esa rabia interior a tener que vivir a oscuras durante tantos años. Esta es una película valiente que ejemplifica de manera realista la situación de los topos del franquismo, pero también habla del compromiso y la lealtad del amor. Una manera cruda y distinta de mostrar el conflicto exterior (la Guerra Civil) con un conflicto interior, el de los miedos que no somos capaces de superar, y el odio que se mantiene todavía muy vivo, como podemos comprobar con sólo ver las noticias en la televisión.

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