ROMAN GUBERN: El último film de Philippe Garrel, Amante por un día, fiel al blanco y negro de la vieja nueva ola francesa, nos habla de los amoríos de un profesor universitario y una estudiante, un tema clásico de  la narrativa occidental, con la hija del profesor como contrapunto. Seguí la trama con atención hasta que la chica dice: “Hoy me correré pronto porque estoy muy excitada”. Hace unos años, una frase así sólo podía oírse en una sala de cine porno, en una infamante sala X. Ahora puede escucharse por respetables señoras burguesas, como en la vida misma.

Y entonces he pensado en la polvareda  que armó el fugacísimo desnudo de Hedy Lamarr en  Extasis (1933), que motivó una protesta del Vaticano al exhibirse en la Bienal de Venecia; pero también he recordado que cuando en 1959 vi el estreno de Les amants de  Louis Malle en París, la escena del cunninlingus sugerido a Jeanne Moreau cargaba de electricidad la sala; por entonces escuché a una joven la siguiente frase: “parece ser que muchas parejas, después de ver la película van a hacer el amor”; ¿quién y cómo se había hecho la encuesta?. Pero también he recordado el apasionado abrazo sobre la playa de Kirk Douglas y Deborah Kerr en De aquí a la eternidad (1952), censurado por el plano metafórico de una ola batiendo bravamente contra una roca. Y claro está, ha acudido a mi mente la célebre cópula de Marlon Brando y una María Schneider que no se esperaba su embestida (eso ha dicho) en El último tango en París (1972). La generación que ahora accede a las salas de cine ya ha aprendido las lecciones fisiológicas del porno en su pantalla adolescente de Internet.

Ahora el cine, junto a las pirotecnias galáxicas y los videojuegos de Steven Spielberg, nos habla a veces, en prosa cotidiana y lo que ayer sólo cabía en el refugio de una sala X es de libre circulación, como ya nos adelantó Lars von Trier hace pocos años. De modo que por eso la protagonista del film podrá correrse pronto, porque viene ya muy excitada.