ABELARDO MUÑOZ: El edificio Veles i Vents estaba blindado aquella noche estrellada, no solo de policías, que custodiaban el recinto ante la presencia de importantes miembros del gobierno del Estado, sino por el dosel de luces que es el puerto de la ciudad, con sus veleros y barcos, como un anuncio de la Navidad, en la primera noche fresquita de otoño. Y dentro, todo calor humano era poco. La XXX edición de los premios TURIA tenía allí desplegadas sus rojas velas con todo el viento a favor.
Viento en popa a toda vela comenzó la gala más brillante de los últimos años de esta veterana publicación. Ni los más viejos del lugar recuerdan una reunión tan trufada de primeras figuras de la política y de la cultura en esta noche legendaria, que como recordó el presentador y periodista Arturo Blay en el pasado duraba tres días con sus tres noches y al final terminaba a las cuatro de la madrugada.
Ha llovido mucho desde entonces. Las fiestas eróticas en el Jerusalem, las maratonianas sesiones en Burjassot, con actuaciones en directo de artistas y grupos musicales. Las comidas en Canet, el autobús que transportaba a los VIPS. Sería prolijo elaborar una lista de los personajes públicos y privados que han pasado por esta celebración de la revista cultural con más solera del país. Autentico pedigrí progresista que nadie le puede hurtar a la cartelera TURIA que, como también se recordó en la velada fue, desde su creación por un puñado de antifascistas, la excusa perfecta para impulsar la resistencia y el rearme ideológico de una sociedad dormida. Al igual que estamos conmemorando el aniversario del indispensable libro de Sanchis Guarner, La ciutat de Valencia, que supuso el arranque de una conciencia urbanística hasta ese momento acorralada por la reacción, la TURIA ha sido crisol de la conciencia progresista de la ciudad de Valencia. La noche del pasado 19 de noviembre la celebración contó con un formato perfecto. Las largas veladas de antaño se convirtieron en un acto compacto, de perfecta logística, lo que le dio más fuerza y prestancia.
Un año más, la noche sintetizó de manera brillante lo que caracteriza la celebración de estos premios: el espléndido maridaje de la sociedad civil con la vanguardia política y cultural valenciana. Líderes de la izquierda compartieron mesa y mantel con periodistas, escritores, intelectuales y profesionales de diversa condición. Un propósito les unía: la voluntad de seguir forjando una ciudad acorde con los tiempos y frenar de paso los avances de la caverna político mediática de la derecha corrupta. La continuidad y el tesón son un grado, porque este evento único se ha venido celebrando durante y a pesar de los años de plomo de los gobiernos antipopulares del PP en la ciudad y en el País Valenciano. En esta ocasión, con vientos en popa y las velas desplegadas, un trozo considerable de la inteligentsia de la ciudad ha seguido celebrando sus premios. Honrando cada año a todo aquellos y aquellas, entidades y personas, que han hecho algo relevante por el progreso y el bienestar de las gentes.
Este año, además del lujo de contar con dos políticas de bandera, la viceministra Yolanda Díaz y Carolina Darias, ministra de Sanidad, entre otras damas, heroínas de la noche, por no hablar del ramillete de personas relevantes del universo progresista global, la cosa tuvo sus momentos emotivos. El director, Pau Vergara, impecable como un dandi tarantiniano , volaba como un pájaro de un lado a otro de las mesas saludando al personal. Y era de maravilla ver la continuidad de dos generaciones que han mantenido en alto el estandarte de la publicación. Vicente Vergara, el patriarca, no perdiéndose nada, junto a su compañera Mila, y Pau, el hijo de ambos, recogiendo el testigo de una publicación con voluntad de continuidad. En las mesas, los viejos roqueros de la crítica cinematográfica y teatral departían con los nuevos y jóvenes críticos. Momento expresivo y emocionante fue la entrega del halcón maltés de John Huston, por parte del veterano Pedro Uris a su colega de toda la vida Antonio Llorens. El legendario crítico, pese a sus problemas de movilidad, se mostró como todo un campeón en su intervención de agradecimiento. Y es que también fue de cine el tono y contenido de las intervenciones de los premiados. Eufóricos y satisfechos como si el pajarraco que reciben fuera realmente de oro puro. En especial la del fiscal Bosch, contundente en su denuncia a la corrupción; la radical y lucida de José Luis Pérez Pont, director del Centre del Carme, defendiendo la agitación cultural a ras de suelo, y con un afortunado eslogan: menos centros comerciales y más de cultura; y la de Paco Tortosa, que pidió un compromiso personal a las políticas y políticos presentes por la conservación del planeta. Paco no solo exigió un sueldo para los agricultores valencianos arruinados sino que rogó a todo el mundo, con las manos unidas como un lama, que coja el transporte público y circule en bici. Algo que acercaría a la clase política más cerca del pueblo llano, aunque sea difícil abandonar los coches oficiales que esperaban aparcados a las puertas del edificio marinero. Y Yolanda, la vice, tuvo ocasión de desplegar el buen rollo que la caracteriza. ¡Qué noche la de aquel día de los XXX premios Turia! Tan entretenida como una novela de Chandler. La izquierda valenciana volvió a mostrar al mundo su cara más decidida y esperanzadora a favor de la cultura. La derecha, en cambio, lo tiene crudo, a la vista de eventos como este, sencillamente, no pasarán.