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Editors – Repvblicca. Solidez irreprochable

CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA: Los caminos de la nostalgia son inescrutables, y resultaba de lo más curioso ver a Editors presentando precisamente en Valencia (al día siguiente en Bilbao) un nuevo disco que se llama EBM (2022), igual que aquel estilo de electrónica marcial con arraigo en Bélgica y que tanto influyó en el sonido de las discotecas de nuestra Ruta Destroy hace algo más de 30 años. A un servidor también le dio la impresión de que la media de edad de su concierto en Repvblicca era algo mayor que la de quienes suelen ver a la banda británica en nuestros festivales, y el hecho de que antes del bolo sonaran Gary Numan, Pixies o New Order (con canciones, todas, de los ochenta) acrecentó esa sensación, que luego no se vio correspondida por el fervor popular, ya que “Strawberry Lemonade” (segundo corte de la noche), que es lo más Front 242 que han hecho nunca, no levantó brazos ni activó gargantas. Quizá todo se deba a que el disco solo llevaba siete días en la calle, o a que el público natural del grupo de Birmingham es más post punk que synth pop, aunque esa teoría queda desterrada de cuajo con solo ver cómo corean la muy techno “Papillon” hasta desgañitarse: uno de los tres puntales de su bis, las tres canciones que por nada del mundo pueden escatimar porque siempre prenden; las otras dos son “Munich” y “An End Has A Start”. Con ellas acabaron, como era previsible.

El caso es que Editors tienen un directo tan eficaz que se basta por sí solo para poner masilla sobre cualquier grieta de su repertorio, que las tiene: baste recordar su convincente pase del Wintercase 2007 en la vieja Roxy o cualquiera de sus incontables sets en los festivales de nuestra costa. Y el giro que Blanck Mass (o sea, el productor Benjamin John Power, a cargo de sus programaciones en directo) le ha dado a su sonido con este nuevo trabajo les ha sentado muy bien. Ellos también deben saber que es el mejor disco que han hecho en la última década, porque abordaron siete de sus nueve cortes y en momentos de inflexión, sin que la intensidad rebajara (salvo por los casi ocho minutos de “Kiss”, a todas luces excesivos) y plena seguridad en que esta versión, más electrónicamente agresiva y menos dependiente de las guitarras, bastante más Depeche Mode y menos Joy Division, hablando en plata, acabaría satisfaciendo con la misma suficiencia a ese público que ansiaba verles por fin en una sala y gozando de casi dos impecables horas de concierto, con un Tom Smith tan solvente como siempre en su papel de enfático vocalista y frontman. Nada que reprocharles.

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