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EL MUR: EL RELOJ DE FRANCISCO

CARLOS LÓPEZ OLANO: Miren bien la imagen que acompaña este texto: es un reloj de pulsera con el cristal roto. Perteneció a Francisco Navarro Serrano, que nació en Castielfabib, en el Rincón de Ademuz, el 17 de febrero de 1911. Y los nazis se lo requisaron cuando ingresó en un campo de concentración, después de haber luchado junto a los republicanos en la Guerra Civil, y con la resistencia y los aliados en la Segunda Guerra Mundial. El reloj ­– viejo y gastado– se encuentra en el Museo de la Memoria de La Jonquera, y desde ahí han hecho un llamamiento para poder devolvérselo a los familiares. Llegó desde los prestigiosos Archivos Arolsen, centro internacional de la persecución nazi, que gestiona millones de documentos y objetos personales de las víctimas de la barbarie de los amigos de Franco. Son las cosas que les requisaban al ingresar en los campos de exterminio, no sé, lo poco que les quedaba en los bolsillos después de tantas penurias: un peine de pasta, una fotografía, un anillo o un reloj.  Todo quedó archivado y datado – ya saben, la compulsión germana por el orden–. Y ahora, casi 80 años después, los de Arolsen siguen buscando a sus legítimos herederos para retornárselos, aunque su valor material sea nulo. Porque están cargados de valor simbólico, son objetos que catalizan el recuerdo de lo que pasó. Uno de cada diez españoles que huyó de la España fascista por Francia, acabó en un campo de concentración nazi. Donde el horror se convirtió en cotidiano, donde la dignidad del ser humano se quedaba de puertas  afuera.

La semana pasada se cumplieron 77 años desde que se liberó Mauthausen, el campo nazi que albergó a la mayoría de deportados españoles. Cerca de ocho mil en total; valencianos, 654. La Generalitat y el ayuntamiento de Valencia hicieron un homenaje a las víctimas de la ciudad, y se entregaron a las familias los taulells que reconocen su sacrificio, dentro del proyecto “Construint memòria”. Son esos pequeños grandes gestos los que ayudan a que su memoria siga viva.

El reloj de Francisco me recuerda el del abuelo del guionista y dramaturgo Gabi Ochoa. El que compró con su primer sueldo después de recuperar, ya en democracia, el trabajo que perdió cuando fue depurado simplemente por ser socialista. Cuando murió, su viuda le dijo a Gabi: “ahí está tu abuelo, cuídalo”. Pero él no fue consciente al principio del valor de este reloj pasado de moda. Lo metió en un cajón y ahí se quedó durante años. Y cuando se acordó de él, se dio cuenta de lo importante que era. Ahora lo luce en su muñeca, y escribió la obra teatral “Largo y Társilo” para recordar, ahora sí, a su abuelo.

Los objetos cuentan historias. Nos hablan de quienes fueron sus dueños, de sus luchas, de las injusticias que padecieron. Y eso lo saben bien en el Museo de la Memoria de La Jonquera, que hacen una labor ingente para recordar al medio millón de españoles que el invierno de 1939 cruzaron la frontera buscando libertad, a pie, y prácticamente con lo puesto. Cuando los nuestros fueron refugiados, en un entorno hostil y poco compasivo. Porque encontraron incomprensión, injusticia y falta de solidaridad, y cayeron además enseguida en las garras del fascismo que asolaba Europa.

 

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