Hemos tenido que soportar un año fatídico en casi todos los aspectos posibles, pero aquello de que lo bueno se hace esperar nunca había sido más cierto, y es que ha habido que resistir hasta finales de diciembre para disfrutar de una de esas películas que nos hacen recordar por qué amamos el séptimo arte. Quizá, leyendo sus referencias, no nos pille totalmente por sorpresa, pero El padre es auténtico cine con mayúsculas. El film nos presenta a Anthony: un jubilado que, poco a poco, está perdiendo la memoria y su capacidad para ser independiente, pero se niega a ser atendido por cualquier de las cuidadoras que su hija contrata. Desde la perspectiva del anciano, vivimos la realidad que su propia mente decide mostrarle. Florian Zeller adapta su propia obra para convertirla en una pieza que, a pesar de su más que clara procedencia teatral, encaja perfectamente en el lenguaje audiovisual, y nos brinda una de las experiencias más cercanas e íntimas que nos podría ofrecer una adaptación cinematográfica. El padre no solo resulta una auténtica proeza en su asfixiante guion y sus excelentes interpretaciones, sino que Zeller va mucho más allá, con su fijación por el detalle en esos pequeños cambios de escenografía, y en su afición por desorientar al espectador tanto o más que a su lastimoso personaje principal. Una de las muchísimas virtudes de la película que nos ocupa es que nos permite vivir esta inmersiva desventura desde la aparente lucidez de Anthony; lo que termina de desorientar al respetable y hacerlo empatizar aún más con ese hombre que solo desea que su mundo deje de girar de forma tan frenética. Por encima de todo, nos encontramos ante un fascinante e intricado estudio sobre la demencia; ante un rompecabezas de piezas dramáticas construido como si del thriller más apasionante del mundo se tratara. La más que magnífica y desgarradora interpretación de Anthony Hopkins consigue que la obra nos llegue aún más hondo, y abandonemos la sala de cine con un nudo en el estómago que no parece querer soltarnos, porque visualizar un film de este calibre no es una vivencia que queramos olvidar fácilmente. En definitiva, toda una maravilla fílmica que ningún cinéfilo que se precie debería perderse. Y es que, a pesar de la deprimente temática que aquí se toca, no deja de tratarse de toda una alegría para un panorama cinematográfico desolador como él solo. Sin lugar a dudas, la mejor película de 2020.