CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA: En una nube. Así estuvimos durante la hora y media que Roberto Carlos Lange, que es quien se oculta tras el alias creativo de Helado Negro, nos mantuvo en vilo. Jugó a su favor el entorno: una sala acogedora y no demasiado grande, llena de una audiencia entusiasta un martes por la noche, y también el hecho de que era esta su primera visita a Valencia. El músico neoyorquino de origen ecuatoriano se plantó con un formato más orgánico de lo que sus discos sugieren: batería, bajo y teclados, con su voz y guitarra.

Tratamiento minimalista pero eficaz para transmitir la sutileza de un repertorio (siete discos, aunque son los tres últimos los que le han reportado su reputación aquí) tan seductor como poco dado a los giros de guion pronunciados, en algún punto entre un mullido pop ensoñador con algún sostén levemente funk y ese folk de raigambre latina y cálidos sintetizadores que tiene en el último Devendra Banhart a su mejor exponente. A diferencia de él, Lange no es guapo ni alto, ni siquiera parece tan joven (aunque solo tiene un año más que el venezolano-estadounidense), pero eso lo suple con una gracia natural para contonearse sobre el escenario e irradiar un alud de vibraciones positivas que, en sintonía con la serena intimidad que desprende, embarga toda la sala e incluso logra que cualquiera pase por alto el sota, caballo y rey de un argumentario tan sensual como algo lineal. Qué gran meneíto el suyo. Qué flow imparable.

El exquisito prolegómeno lo había servido el ilicitano Nacho Casado, solo y en acústico, brindándonos parte de lo mejor de su folk rehogado en esencias de bossa nova, soul de alta alcurnia y pop de la costa oeste norteamericana: mucho ojo a su nuevo trabajo, Disco Bleu, que promete ser de lo mejor de la cosecha estatal en 2022.

Fotos: María Carbonell.