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CRÍTICA DE MACBETH, DE GIUSEPPE VERDI.- Palau de les Arts.Gran velada musical, y una dirección escénica fuera de tiesto

ENRIQUE HERRERAS: Estos días asistí al Teatro Real de Madrid, con gran ilusión, para ver El ángel de fuego. No solo por la innovación que significaba representar por primera vez en España esta composición de Serguéi Prokófiev, sino también (sobre todo) porque la puesta en escena estaba firmada por Calixto Bieito. Si bien la parte musical no me decepcionó, en lo más mínimo; sí la propuesta escénica, en gran medida. Algo parecido me ha ocurrido en el regreso a Valencia. Así es, el Macbeth visto en el Palau de les Artes se puede resumir como una gran velada musical unida a una gran contrariedad en el ámbito teatral. Ambas direcciones replantean la discusión sobre el significado de una puesta en escena contemporánea.

Los dos directores han sido muy creativos, pero, al mismo tiempo, han confundido el sentido contemporáneo de la representación. Porque sus trabajos no han pretendido expresar, desde su personalidad teatral, las obras que tenían en sus manos, sino que son estas las que han tenido que amoldarse a su propuesta. Esta postura se explica, en ámbitos teatrales, cuando el director se siente más inteligente que el autor, y extralimita sus funciones creativas. Por el contrario, uno de los grandes creadores del siglo XX, Strehler, dio una lección inolvidable: poner su maestría y estilo a la orden de Goldoni, Brecht o Prokófiev.

Les Arts 22 Marzo 2022 Fotografías: Miguel Lorenzo / Mikel Ponce

Benedict Andrew no ha hecho esto, según mi opinión, con Shakespeare (a través del libreto de Francesco Maria Piave y Andrea Maffel), pero tampoco con Verdi. No dudo de su creatividad, su huida del cartón piedra, o de los tópicos, pero eso no es lo mismo que el “todo vale”. En este caso no todo vale, hay un hecho ineludible: la obra es un cúmulo de trance, brujería, furia, energía, tormento, nihilismo, remordimientos, alucinación y sangre. Todo esto no se terminaba de ver ni el movimiento escénico, ni en la dirección actoral, ni en una escenografía basada en un espacio delimitado, ni en un indescriptible vestuario, y poco en la, a veces, molesta, iluminación.

No niego buenas ideas y ocurrencias, como la escena de la gran mesa, pero casi todo estaba fuera de tiesto. Como el artificio de disfrazar a los asesinos de Banco en personajes de dibujos animados: Goofy, Bugs Bunny o la Pantera Rosa. Aun así, creo que el aspecto simbólico fue muy simplista. Y, con frecuencia, ingenuo; como demuestra ese Bosque de Birman que no eran más que personas portadoras de ramitas.

Menos mal que la música iba por libre. Menos mal que la batuta de Michele Mariotti brindó una lectura muy particular, sanguínea, penetrante de la siempre bella partitura verdiana. Afortunadamente, en el foso estuvo la firmeza habitual de la Orquesta de la Comunidad Valenciana, y arriba, el diamante en bruto llamado Cor de la Generalitat Valenciana. Y más fortuna, si cabe, el alto nivel vocal (no tanto en el ámbito interpretativo, pero es que el vestuario no ayudaba a esos menesteres).

Igual que siempre he creído que esta obra bien pudiera titularse Lady Macbeth, en esta ocasión quiero resaltar la voz de Anna Pirozzi. Muchos quilates juntos son los que amasó esta soprano. Lo más resolutivo fue su impecable homogeneidad en el registro, con esos agudos penetrantes, afinados e inmaculados muy bien proyectados. Una voz como Verdi manda.

Menos redondez vi en el Macbeth de George Gagnidze que tuvo que sustituir al Luca Salsi porque este seguía con los problemas de hemorragia sanguínea en la nariz que sufriera en el estreno. No obstante, el barítono georgiano mostró una correcta y cultivada voz. Y sí, en su interpretación del difícil personaje, puso un punto de alucinación, pero le faltó –pienso- organicidad emocional. Por otro lado, me embargó la voz grave, briosa y categórica, de Marko Mimica (Banco), así como el momento protagonista del joven Giovanni Sala (Macduff) en el aria Ah, la paterna mano. No me olvido de Rosa Dávila (Dama) y de Jorge Franco (Malcom), ambos miembros del Centre de Perfeccionament. Esta vez, la música ganó al teatro, en una obra de arte parcial y no total.

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