JAVIER BERGANZA: Olivia Wilde da un paso al lado y se coloca detrás de las cámaras para dirigir su primer largometraje. La actriz norteamericana nos cuenta una historia plagada de metáforas, reflexiones e imágenes poderosísimas que hilvanan una narración sobre la felicidad, la libertad y la década de los años 50 en los Estados Unidos. ¿Qué estás dispuesto a sacrificar para ser feliz?
Alice (Florence Pugh) es la mujer de Jack (Harry Styles), un técnico que trabaja para el Proyecto Victoria. Baja un tupido velo de secretismo, Jack se marcha a trabajar dejando en casa a su preciosa mujer para que esta mantenga el hogar, cocine y sonría al mismo tiempo. En el vecindario todas las mujeres hacen lo mismo, se quedan en casa esperando la vuelta de sus maridos, quienes trabajan bajo una estricta confidencialidad en un proyecto que se basa en traer progreso y buenísmo a la sociedad.
Una metáfora acertadísima de esos felices años 50 estadounidenses. De esas mujeres maniatadas a las labores de casa que solamente se preocupaban por tener hijos, cocinar y limpiar, mientras chismorrean con sus vecinas. Con una reflexión feminista muy acertada, dando espacios y voces acalladas desde hace décadas. Y, por supuesto, de ese “idílico” espacio comienzan a brotar olores a mugre. Con influencias lynchianas, de cuando nos narra que todo vecino tiene basura en la parte de atrás del jardín, la película empieza a soltar información que hace resquebrajar esa realidad que observamos. Nada es tan idílico y tan naíf. El Sol no brilla tanto y los problemas comienzan a aparecer. Con guiños a películas más modernas como “Get out”, Alice comienza a sospechar y a hacerse preguntas incómodas. ¿A qué se dedican sus maridos? ¿Por qué no las dejan salir de allí? ¿Por qué ni siquiera les dejan hacer preguntas?
La trama avanza con la resolución (algo lenta) de estas incógnitas. Con imágenes potentísimas apoyadas en los reflejos de los espejos, que hace que esa metáfora sobre el auto conocimiento y la imagen que proyectamos se multiplique. Florence, con una interpretación fantástica, ahonda en el barro hasta descubrir que esa urbanización perfecta, con casas perfectas y vecinos perfectos de sonrisas perfectas, tiene una segunda cara. Que nada es lo que parece y que, como en esa década de los años 50 estadounidenses, todo apesta a mierda.
Algunos detonantes del guion son más flojos, pero se contrarrestan con una potencia en el estilo visual que, por momentos, dejan sin respiración. Todo a lomos una maravillosa Florence Pugh, que deja su huella una vez más. El último acto está demasiado alargado y la resolución final termina por hacerse algo estirada. Aunque, en lo personal, funciona perfectamente. Para mi gusto, una fantástica película que entretiene y deja espacio para la reflexión sobre qué estamos dispuestos a hacer con tal de ser felices.