Cartelera Turia

PADRE NO HAY MÁS QUE UNO, de Santiago Segura

Desde hace muchos años la industria del cine está pervertida. El arte se capitaliza, y se intenta crear una especie de fórmula matemática que explique el éxito. Se generan estudios y gráficas que hablan sobre la popularidad, sobre los gustos, sobre cuál es la fecha exacta para sacar una película de ámbito familiar, y que así sea mas probable que el consumidor acuda a verla con sus hijos. El resto empieza a dar igual. Se venden moldes. Figuras encorsetadas de personajes que el propio público ha encasillado. Se procura el consumo fácil. El no te preocupes, tú no pienses, ya me encargo yo de eso. Y en ese mundillo, en ese lodazal repleto de mierda y barro, Santiago Segura se mueve como pez en el agua.

Padre no hay más que uno 2 es una película tan innecesaria como su precuela. Una sarta de humor rancio y desfasado que se dedica a abusar de un chiste que hacía gracia hace 30 años, y cuya única base es que un padre se hace cargo de sus hijos. La trama está absolutamente vacía durante 96 interminables minutos. El único motor que hace mover la acción son gags sueltos e independientes, que se van manteniendo a lo largo del filme con la esperanza de hacer gracia por pura repetición, y que lo único que consiguen es generar hastío en el espectador.

Como firma personal de Santiago Segura, la primera plana de la televisión española vuelve a aparecer haciendo cameos. Santi consigue que el público levante la mano y señale al grito de: “¡Mira, si es Cristina Pardo!” u “¡Ostia, Chicote!” pero sus papeles en la trama tienen tanta importancia como su talento interpretativo. Uno se sorprende al verlos, y se pregunta si no sería mejor que pusieran a actores y actrices profesionales, que los hay. Aunque eso significaría que la película se empezaría a acercar a un filme de verdad. Siguiendo con el reparto, el grupo de niñas y niño sin gracia de la primera peli sigue intacto. Y la culpa no es de ellos, solo faltaría, la culpa es de un guión pésimo que pretende solventar las bromas haciendo que los niños pongan una mueca extraña. La única que se salva de esta hecatombe cinematográfica es Silvia Abril, cuya excusa es que su personaje aparece poco. Tanto Loles León (que sigue haciendo el mismo papel 15 años después), como Leo Harlem, chirrían cada vez que aparecen en pantalla. Toni Acosta está muy lejos de lo que se le podía exigir y Santiago Segura, en su papel de padre preocupado por sus hijos, no coloca un chiste en su sitio. No hay una sola expresión facial creíble y su ritmo cómico parece haberse quedado anclado a finales de los años 90.

Y el problema es que este tipo de producto, este proceso de añadir conceptos estudiados en frío solo porque su porcentaje de éxito es alto, ha calado. Padre no hay más que uno recaudó 14 millones de euros, y su precuela es el mejor estreno del año. El cine sangra por todos sus costados, lleva años haciéndolo. Pero esto no es una cura, por mucho que sea rentable. Esto es el lobo vestido de la abuela, deseando que Caperucita se acerque más. Este tipo de películas son las que hacen daño, las que generan esa infame frase de que el cine español es una mierda. Pues no señores míos, el cine español no es una mierda. El cine español expulsa talento a espuertas. Contamos con una capacidad narrativa e interpretativa bestial, pero si no la cuidamos, si no le prestamos atención, morirá. Y ya solo nos quedará esto.

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