JAVIER BERGANZA: Esta obra es el epítome perfecto de película cuya premisa funciona y ya está, al más puro estilo In time, de Andrew Niccol. El mundo sufre una pandemia cuyo origen no se explica, pero tampoco hace falta. Algunos seres humanos sufren mutaciones en el ADN y comienzan a convertirse en animales. No son transformaciones limpias, uno no se despierta de un día para otro siendo un oso hormiguero; hay un proceso que parece durar meses, incluso años. El sentido del oído se agudiza, empiezan a ganar fuerza, pelo o plumas, dependiendo del animal que te toque.
Sobre esta tabla, Thomas Cailley parece que va a ahondar en espacios más secundarios, pero igualmente interesantes. Quiere profundizar sobre cómo afectaría a nivel social. Cuál es el tratamiento médico, qué consecuencias sufren las familias afectadas, cómo es la reinserción social, dónde colocamos a estas bestias, o enfermos, o víctimas. Cuál es el nombre que debemos utilizar para referirnos a ellos.
Uno, sentado en la silla, casi se incorpora. Parece que estamos ante una película de ciencia ficción que se toma muy en serio su trama. Una película que no quiere caer en el desdibujamiento de una narración basada exclusivamente en el CGI y los efectos especiales. Una película de ciencia ficción, que coquetea con el realismo mágico, que se preocupa por el cómo y no por el qué ¿Estamos ante la nueva Border? No. Por desgracia, igual que una falla lamida por las llamas, todo se cae poco a poco, y nos quedamos solamente con el recuerdo en la retina. Con un “lo que podía haber sido”.
La peli se transforma (cómo no iba a hacerlo) en un filme de adolescentes. Mientras un padre y un hijo se mudan a otra ciudad para conciliar y poder visitar a su mujer, víctima de esta enfermedad que va a ser trasladada a un centro especializado. un accidente de tráfico hace que los afectados se escapen. Ahora padre e hijo buscan entre el bosque. E hijo va al instituto y se enamora. Y descubre que él también sufre el mismo trastorno y va a convertirse en lobo. Y la película cae y cae, en un pozo sin fondo. Todo lo anterior se olvida. Ya nada importa.
Adele Exarchopoulos vuelve a aparecer, y se agradece. Es de esas actrices capaces de decirlo todo con una mirada. Aunque se genera algo de controversia. Por un lado, como espectador, quieres más de ella. A nivel interpretativo es el talento que brilla por encima de los demás. Pero su personaje carece de sentido. Generando un dueto con el padre (Romain Duris) algo extraño y de poco fundamento. En definitiva, “un pudo ser y no fue” de manual.