La referencia en el encabezado al famoso film realizado por Henri Georges Clouzot en 1953 se deriva de un idéntico fundamento en el peligro al que se enfrentan los protagonistas de ambas películas, unos camiones que deben completar una peligrosa ruta para llevar, a un remoto lugar, una carga que es necesaria para resolver una catástrofe natural, en aquella el incendio en un pozo petrolífero y en esta unos mineros atrapados tras una explosión de metano. En aquella los peligros estaban en la inestabilidad de la nitroglicerina que transportaban y en esta el riesgo lo constituye la propia carretera, una pista helada sobre un lago.
Aquella era una película estimable y esta un relato irrelevante y tramposillo, una distancia que ya anticipa el abismo que media entre los efectos especiales rodados sobre el propio terreno de la primera y los efectos especiales generados en ordenador de la que nos ocupa, que terminan convirtiendo las escenas en viñetas de un videojuego que ni asombran ni proporcionan ninguna dimensión a la película, son puro plástico. Un abismo que se concreta, irremediablemente, cuando entramos en el terreno de los personajes y las situaciones —a destacar, negativamente para la premisa inicial del film, que los peligros acaban procediendo más de los felones que sabotean la misión que del propio escenario natural elegido—, todos ellos bajo el paraguas del maniqueísmo más ramplón, los heroísmos de pacotilla, los sentimientos de tarta navideña, las salvaciones en el último minuto y así hasta completar toda la panoplia que define al peor cine de «entretenimiento» contemporáneo. Detenerse a desmenuzarla es perder el tiempo.