Este canto cósmico no es un documental convencional, sino todo lo contrario, una propuesta que sigue la vida y la obra de Niño de Elche al mismo compás de la irreverencia que caracteriza a la música y a la forma de expresión de este artista ilicitano completamente ajeno a la norma, la de alguien que decide romper con la tradición para que la tradición no le rompa a él, abrazándose a su música, tan personal y peculiar, como quien se abraza a la vida cuando todo lo que le rodea le pesa en el alma del mismo modo que las cadenas le pesan a un atormentado prisionero. En definitiva, un ejercicio de supervivencia.
Es ahí donde “Canto Cósmico. Niño de Elche” encuentra su mayor valor, el pedagógico, más incluso que el cinematográfico o el musical, porque este documental puede hablarnos no sólo de Niño de Elche, sino de todas aquellas personas que encuentran en el arte una vía de escape que les permite seguir adelante ante la adversidad. Un ejemplo para todas aquellas personas que sufren una terrible falta de autoestima, cariño y afecto, y que pueden refugiarse en la música como una forma de expresión y un camino donde encontrar el amor propio y tal vez también el de los demás.
El poder transformador del arte es tan increíblemente terapéutico que es capaz de moldear el mundo a través de la imaginación para convertir la fealdad en aceptación y belleza, para uno mismo o para una madre que, como la de Niño de Elche, llora emocionada junto a su hijo cuando éste le canta una canción, en el que seguramente sea el momento más auténtico y emotivo de esta película tan iconoclasta que acaba reivindicando que la principal figura religiosa a la que deberíamos adorar es uno mismo, por encima de nuestros defectos y del juicio de los demás. Quizá eso debería ser lo normal y no lo contrario.
Decía Nick Cave en aquel fabuloso documental musical titulado “20.000 días en la Tierra”, que la composición y la actuación eran para él su forma de sacar al monstruo a la superficie, de crear un espacio donde la criatura pudiera abrirse paso entre lo que es real y lo que imaginamos, porque es precisamente en ese lugar donde existen todo el amor, las lágrimas y la felicidad. Porque es en ese lugar donde vivimos.
Y en ese mismo contexto, también decía que llevar a cabo una mala idea era mejor que no hacer nada. “Canto Cósmico. Niño de Elche” puede encontrar su lugar en ese pensamiento, donde el mal arte es mejor que ninguno. Que haya siquiera debate sobre si lo que hace Niño de Elche es arte o no, o sobre si es revolucionario o no, eso ya es todo un éxito, un reconocimiento a su posible influencia y a su capacidad para el cambio en las nuevas formas de expresión. Un camino a seguir, una huida hacia delante. Bien por él y por quienes le sigan.