JAVIER BERGANZA: El cine, nos guste o no, es un mercado más. Otro espacio donde el capital trata de campar a sus anchas y conseguir productos que triunfen y generen dinero. Las majors buscan fórmulas que lo desgranen, que expliquen el cómo, para poder seguir ajustando su gran maquinaria y continuar produciendo más y más de eso que “gusta”. Hace años, un bigotudo y dentado Rami Malek parecía dar en la tecla. Un biopic sobre Freddie Mercury que emocionó al público y le hizo salir de la sala cantando “Show must go on”. Mientras tanto, las grandes productoras movían el hocico olfateando, algo se había movido, algo había generado una cosa especial entre el rebaño, y eso hay que aprovecharlo. Después de Bohemian Rhapsody y Rocketman llega a las salas Elvis, el biopic del rey del rock que trata de explicar su ascenso y descenso. De la mano de un Austin Butler que brilla por momentos, la historia inicia con mucha voz en off, mucha rotoscopia y un flashback. Nuestro narrador es el Coronel Tom Parker (Tom Hanks), mánager de Elvis, que intenta justificar sus actos estando al borde de la muerte. Como una especie de último perdón donde el arrepentimiento, como de costumbre, no tiene cabida.
El inicio, desde luego, tiene pretensiones, como toda la película en realidad. Baz Luhrmann trata de generar un estilo más único, más especial (dentro del género), tratando de asemejarse por momentos a Adam McKay (Vice, Don´t look up…) Un intento de ser divertida, fresca, juvenil. Por desgracia no termina de funcionar del todo. La narración, con constantes interrupciones, termina siendo caótica y desmedida; la coralidad del reparto marea, y los intentos de dramatizar de más acaban jugándole una mala pasada.
El filme funciona cuando se aparta su intención narrativa y deja a un lado la pizarra. Cuando Elvis se enarbola su guitarra y comienza a juguetear con las cuerdas. Cuando sus pies empiezan a moverse solos, la película gana enteros y se coloca en un sitio fantástico. A la altura de grandes filmes. Todas las secuencias musicales son maravillosas y consiguen que el espectador imite los movimientos de pies en la silla y tamborilee con los dedos el ritmo irrefrenable de Elvis Presley. Su llegada al Olimpo es rápida, casi tanto como su el inicio de su caída. Un descenso lento pero sin frenos del que el Coronel Tom Parker solo quiso sacar rédito.
Para los fans de Elvis, una opción que seguramente se quede algo corta pero que consigue llegar a plasmar parte de su vida y permite volver a ver sus grandes actuaciones y referencias. Para los más jóvenes, los que tienen al rey del rock algo más lejano y en su recuerdo está más presente el disfraz que la verdadera figura, una película que se puede disfrutar por sus momentos musicales pero que aporta poca narración. Lástima, ya que parece que el tarro de las esencias vuelve a estar vacío y el éxito de los biopics de grandes artistas musicales comienza a frenarse. Pero, al igual que dijo Freddie Mercury dicen los grandes productores: The show must go on.