ANNA ENGUIX: Tote Bags de Papa Topo, calcetines de colores con Dr. Martens, mullets, pases de películas de cine de autor, visitas a librerías independientes para resolver las crisis existenciales que surgen a los treinta años… ¿Son estos los rasgos definitorios de una lesbiana moderna al puro estilo catalán (o valenciano)? La respuesta es que sí.
Estrenada el pasado 3 de febrero en las salas españolas, La amiga de mi amiga se ha convertido en una bonita interpretación rohmeriana al puro estilo queer. Casi a modo de subversión del género de la Rom-Com, este primer largometraje de Zaida Carmona que hasta entonces había rodado varios cortos y clips musicales para artistas de moda, presentó su ópera prima en el D’A Film Festival, el 70 Festival de San Sebastián y el 51 Festival de Róterdam.
Zaida Carmona es en la película una community manager y cineasta a la que acaba de dejar su novia. El filme se inicia el momento que Zaida tiene que encargarse de cuidar la casa de unas amigas que se acaban de ir de viaje, Zaida acude a una cena en casa de otra amiga, Rocío (Rocío Saiz), que está saliendo con Lara (Alba Cros). Pese a quedarse prendada de Lara, ella misma le presenta a Aroa (Aroa Elbira), que está saliendo con otra ex de Zaida, Julia (Thaïs Cuadreny). Un viaje amoroso que lejos del simple triángulo amoroso, nos presenta la historia de un grupo de amigas un tanto “infieles”.
A partir de esta historia, Carmona nos ofrece un reflejo bastante divertido de las dinámicas internas de los grupos compuestos en su mayoría por lesbianas, aspecto tratado de manera muy superficial en la gran mayoría del cine LGTBIQ+. Lejos de la mera promiscuidad, la directora consigue a través de distintos recursos, y conversaciones al estilo mumblecore un fiel relato de nuestro tiempo, que a diferencia de películas como La vida de Adele o Elisa y Marcela, no dramatiza las relaciones lésbicas -al menos, no exageradamente- sino que las satiriza al ritmo de Lisa Sinson y otros grupos de tontipop de la actual escena musical más indie.
A pesar de que en algunos momentos podríamos llegar a pensar en Fleabag y en su consiguiente empoderamiento de la acuñada cómo “antiheroina” -aspecto que se logra con creces y que ya había explorado Lena Dunham-, la metatextualidad del filme se hace en ocasiones demasiado pesada y penetrante, consecuencia derivada del auteurismo latente a lo largo de toda la película partiendo del hecho de que Zaida (la protagonista y directora de la película) se llama exactamente igual que en la vida real. Además, la inclusión de la transición entre planos del iris y de elipsis un tanto incoherentes, contradice en ocasiones la narrativa de la película convirtiéndose en una especie de cajón desastre en el que el espectador no sabe si se encuentra ante un videoclip o un largometraje y por ende, cayendo irremediablemente en el esnobismo del pseudo ensayo cinematográfico.
A pesar del ritmo del filme y las apariciones un tanto oníricas de la terapeuta de la protagonista y de una de sus cantantes preferidas, este homenaje a la Nouvelle Vague se queda en un vago intento algo forzado que no llega a culminar del todo. Sin embargo, la directora consigue sacar a la luz y y problematizar de una manera muy personal distintas cuestiones cómo la identidad o el lesbianismo desde el retrato de lo cotidiano, cómo a partir de los bares de bolleras treinteañeras en los que se generan toda una serie de conversaciones de lo más salseosas bajo el efecto de determinados estupefacientes.
A partir de una clara historia de desamor y con un final claramente abierto, Zaida Carmona consigue mediante la inclusión de actrices no profesionales y las reiteradas citas a Rohmer que muchas mujeres vayan a sentir identificadas con cada una de sus protagonistas. ¿Podemos afirmar que se ha abierto la veda de las historias narradas y protagonizadas por mujeres que mantienen vivo el espíritu del “auteurismo”? La respuesta es que sí; pero sobre todo, y en relación con este filme, se agradecen -por fin- aquellos relatos que lejos del buenismo exagerado, busquen contar y relatar la cotidianidad de la experiencia queer, que en el plano real, dista mucho de las grandes tragedias llevadas a la gran pantalla hasta día de hoy.