Si la memoria no me falla —que todo puede ser— solo conozco de este cineasta noruego El amor es más fuerte que las bombas (2015), película de la que guardo un discreto recuerdo, pero soy consciente de que estamos ante un director de prestigio dentro del cine actual y de que la película que ahora se estrena no solo ha sido recibida con buenas críticas en diversos medios, sino que también posee dos candidaturas a los Oscars, al mejor guion (alucino) y a la mejor película extranjera. Sin embargo a mí no me ha terminado de convencer, una situación (a contracorriente) que siempre me resulta un poco incómoda, pero en este oficio consiste en decir lo que uno piensa y tratar de argumentarlo lo mejor posible. A ello vamos.
La película ha sido saludada como una mirada realista y contemporánea sobre un personaje de mujer muy de nuestro tiempo, que, además, nos propone una descreída vuelta de tuerca sobre los mecanismos de la comedia romántica. Ese parece ser, sin duda, su objetivo, aunque se permita algunas desviaciones (la explosiva entrevista televisiva del autor de cómics, la propia «conversión» a la pantalla de su felino personaje e incluso la disertación sobre la muerte de los metros finales, unas escenas y situaciones que abren frentes y líneas que ni estaban en la historia ni tampoco poseen un desarrollo o un encaje adecuado) y aunque nuestra protagonista ande muchas veces más cerca de la vulgaridad que de cualquier otra consideración dramática, con algunas virtudes ocultas —los cuatro folios que escribe en un par de ocasiones— que resultan un poco de chiste.
Más convincente resulta, en cambio, su incapacidad para consolidar una relación, aunque tampoco se libre completamente de la sospecha de una simple rompecorazones reincidente y el (manido) recurso a la alargada sombra de su padre como origen (más o menos remoto) de sus incapacidades juega a favor de las sospechas. También puede que esa sea la voluntad del cineasta, pero si es así y su protagonista carece de grandeza y rebosa de vulgaridad, en la mirada le falta acero o le sobra fascinación, que viene a ser parecido.
Tampoco me ha resultado muy convincente la división de la película en capítulos, como si eso justificara una estructura de cortometrajes encadenados —algo que, por otra parte, es característico de esos (endebles) films río que abarcan un prolongado periodo de tiempo— que nos deja, o que me deja, una sensación de relato un tanto arbitrario, por la elección de cada uno de esos momentos, y poco cohesionado dramáticamente. Y tampoco ayudan mucho, todo lo contrario, esa serie de pequeños «deus ex machina» con los que se resuelve la historia, todos ellos demasiados «convenientes» para los intereses de sus autores: la enfermedad terminal, el aborto espontáneo o la aparición final del segundo de los amantes damnificados.
Evidentemente, la película también tiene varios puntos a su favor, como la escena con las calles de Oslo «congeladas» o el momento inicial en la habitación del hospital con su ocupante entregado a la música, y especialmente el excelente trabajo —presencia física incluida— de su actriz protagonista, Renate Reinsve, pero, como el lector habrá comprobado, no he logrado encontrarle ese atractivo, esa complejidad o esa complicidad que han hallado (muchos) otros compañeros de profesión. Corro, pues, el peligro de que el lector también desacredite mi visión, pero, como he comentado antes, esto consiste en decir lo que uno piensa y a mí esta mujer me ha parecido un personaje de lo más vulgar y merecedor de una mirada mucho menos complaciente.