Las historias sobre la II Guerra Mundial y el Holocausto nazi se cuentan a miles en la ficción en todas sus formas. Sin embargo, y hablo por una servidora, todavía me sorprende ver y conocer historias relacionada con esta cruda época de nuestra historia reciente, algunos tan fascinantes como inolvidables. Es el caso de esta cinta, El profesor de persa, que firma el director ruso Vadim Perelman. Una historia como otra del holocausto, pero un relato único de valentía, sangre fría y de injusticias que han de visibilizarse. La de Gilles, un joven francés de origen judío, será seguramente como tantas otras que todavía estamos por conocer.
Apunto de ser fusilado por las tropas de las SS, en plena contienda, el fortuito detalle de un intercambio por la supervivencia -que demuestra de paso su generosidad-, le gratifica con un pasaje, quizá envenenado, para ser el profesor particular de uno de los altos mandos del campo de concentración. Gilles tendrá nada menos que inventarse un idioma desconocido para él, pero que denota su gran capacidad de retención de datos y a su vez demuestra el pequeño cerebro (y no solo el cerebro) con el que cuentan muchos de los nazis allí destinados. Mientras que entre los mandatarios hay rivalidad y tensiones amorosas más propias de patio de colegio, Gilles lucha día a día por sobrevivir, con ese temor tan paralizante de no saber si verás de nuevo el sol si fuera descubierto.
Aunque Perelman guíe su película por derroteros comunes a este tipo de historias bélicas, El profesor persa logra destacar al desarrollar una extraña relación que se establece entre el presidiario “persa” y el militar con ínfulas de intelectual que tiene bien poco de patriota pero si de mala persona y no demasiado listo. Nahuel Pérez Viscayart, actor de origen argentino, políglota y muy versátil (protagoniza la estupenda 120 pulsaciones por minuto), capitanea esta interesante cinta que viene abalada por numerosos festivales, entre ellos la Berlinale, el Festival de Sevilla y la Seminci.