Aún resuenan los disturbios por el encarcelamiento de Pablo Hasél. No voy a hablar de este personaje, que el mismo día que murió Julio Anguita le pareció digno, y justo, insultar a esta figura de la izquierda. Eso, entre otras muchas lindezas que se permite verter en las redes sociales. Me reservo la opinión, porque considero que se ha escrito demasiado sobre él. Aunque sí que voy a escribir sobre lo que pasó después: esos disturbios generalizados, algunos extremadamente violentos, que se produjeron en media España, especialmente en Cataluña.
Mediáticamente han despertado muchísima atención. Con una visión de los hechos polarizada, que sobre todo en las redes sociales ponía a manifestantes y a la policía en lados opuestos, justificando de manera ardiente los actos: o de unos, o de otros. Como si no hubiera un término medio, que pudiera denunciar los excesos de ambos. Una perspectiva extremadamente polarizada, un fenómeno que los expertos en comunicación consideran un fenómeno de nuestro tiempo y que acompaña a otro también cada vez más habitual: la expansión de la ultraderecha por esos mismos foros.
De fondo, muy de fondo, ha estado el debate sobre la legitimidad y el futuro de una Monarquía que es ya una asignatura pendiente y que en algún momento tendrá que ponerse encima de la mesa: debate, plebiscito, reforma de la Constitución y lo que haga falta. Pero de momento me quedo con el análisis de los motivos de esta agitación violenta con manifestantes, algunos muy, muy jóvenes, que convierten las calles en campo de batalla. Creo francamente que el encarcelamiento del rapero con incontinencia verbal fue una excusa: detrás hay mucho más. La BBC, siempre tan lúcida, lo vio claro: existe una frustración acumulada por la falta de expectativas de una generación castigada por la crisis económica y ahora también, por los efectos de la pandemia del coronavirus. Ya saben, la precariedad como gasolina. Y la oportunidad de expresar la rabia, que casi nunca se desperdicia.
El futuro es difícil y los jóvenes lo ven negro. Lo aprecio todos los días, en mis clases. Y conozco casos de compañeros periodistas, con su carrera acabada y años de experiencia laboral en medios tradicionales que han acabado siendo Riders, en esa nueva forma de proletariado urbano equivalente a miseria cotidiana que se camufla bajo esa palabra tan connotativamente aventurera. Es quizás, dicen, la primera generación de la historia que vivirá peor que la de sus padres, y eso no es fácil de digerir. Con todas su carreras y con sus masters, que cada vez tienen menos valor. Los datos: España es el país con la tasa de paro juvenil más alta de toda la UE: el 40 % de los jóvenes no tiene trabajo. Y uno de cada cinco de estos afortunados, de los que trabajan, digo, se encuentra en riesgo de pobreza y exclusión social según el Consejo de la Juventud de España. Sabiéndolo, lo raro, quizás, es que no haya más disturbios sociales. Lo de Hasél, es probablemente lo de menos.