La Turia se preguntaba -sí, la Turia es un ser reflexivo con entidad propia; ya que la Turia recomienda, qué menos que la Turia se pregunte o que la Turia filosofe-; decía que la Turia se preguntaba qué lustre de esta tierra podría ser merecedor de figurar en el número 3.000 (tres mil, que se dice pronto) de esta publicación señera y decana de la información cultural valenciana. Y como no terminaba de decidirse, la Turia, que es un ser reflexivo, autónomo y tal, decidió trasladar tan peliaguda cuestión a aquellos que ya forman parte de la Galería secreta de valencianos y lustres y que dan brillo y esplendor a tan magnificente institución.
La Galería la componen por el momento doce brillantes personalidades que han sido merecedoras de la distinción por su dedicación continua, muchas veces soterrada e ignota para la mayoría, pero cuya labor preserva la herencia recibida, la reinterpreta, la diversifica y la hace llegar a más personas que, a su vez, se hacen partícipes de la evolución de un legado que nos identifica y que nos proyecta en el futuro. En román paladino, currantes de la cultura, apechugando con lo que tienen y, casi siempre, haciendo de la hiel, miel.
Trasladada, pues, la candente cuestión a tan distinguido tribunal y reunido este en sinnúmero de sesiones de trabajo y plenarias para las que se les hizo llegar tantos cacaos y tramusos como fuere necesario para mantener su actividad, comenzó los debates con las más dispares posiciones: Julio Bustamante proponía nominar a un filósofo de barrio, como él, pero todos le dijeron que no hay nadie como él; Toni Ortifus hizo un chiste tan enrevesado que solo se entendió cuando lo dibujó, todo el mundo se rio y pasaron a otra cosa; Ana Miralles dijo que tenía que consultarlo todo con su jilguero Lopillo; Eva Vizcarra estaba tan concentrada en filmar un documental del proceso que solo se le oía cuando decía “acción” y “corten”, ocasión que todo el mundo aprovechaba para ir al baño; Fernando Burgos contaba cómo casi se ahoga una vez en el mar cuando fue a mear y el personal casi se ahoga también, pero de la risa, hasta que Sole Giménez recordó a todos cuánto hemos cambiado, momento que aprovechó un Ángel (Angelito Torna para ser más exactos) para pasar por la estancia; Carles Castillo se pasó el tiempo mostrando a todo el mundo lo bien que sabía hacer como si estuviera encerrado en una jaula de cristal, por lo que tampoco pudo aportar mucho al debate; Ada Sinache dibujó la escena en la que todos tenían la narizota pintada de colores, lo que mosqueó un poco a Toni Ortifus, pero se le pasó enseguida; Amparo Durban le explicó a todo el mundo que ella no era la novia del batería, que las baquetas eran suyas y de nadie más, a lo que Maribel Bravo le respondió algo con una voz de albornoz tan cálida y suave que hasta MacDiego dejó por un momento de pegar saltos en pelotas por encima de la mesa y de gritar “la vida es corta, desperdíciala”.
A pesar de tan caóticos inicios, el tribunal llegó por fin a dictaminar una resolución que a todos satisfizo y que a todos maravilló por lo evidente de la conclusión, la cual solo se hizo patente una vez dilucidada: el nuevo lustre de la Galería secreta de valencianos y lustres del número tres mil sería La Turia.
Comunicóse pues a La Turia el dictamen de la Galería mediante correo urgente, certificado y con acuse de recibo que le llegó puntualmente tres días después. Cuando La Turia abrió el sobre con pulso tembloroso por le trascendente de la decisión que esperaba, leyó con incredulidad y algo de mosqueo inicial la conclusión del ilustre colegio de Lustres. Tardó unos segundos en asimilar la noticia y, reflexionando un poco – sí, la Turia es un ser reflexivo y todo eso- se dijo que, qué caray, tampoco les faltaba razón. Que una lleva tres mil números (que se dice pronto) informando sobre la cultura y haciendo cultura; que ha acogido en sus páginas lo más granado de las plumas valencianas; ha entrevistado a los más variopintos personajes que nos visitaron; ha hecho hueco también a la cultura pequeñita, esa que capilariza en todas los barrios, en las calles y en los rincones donde los tráilers de las grandes producciones no llegan; ha abierto la mente crítica de varias generaciones de lectores que no podían pasar la semana si su Turia; ha dado visibilidad y reconocimiento a las personas que, cada día, nos hacen ser como somos y nos permite reconocernos; ha alimentado cientos de librerías domésticas que atesoran los números de la Turia como testimonio sagrado de la cultura de un país.
Sí, La Turia se dijo que tres mil números bien merecen un pequeño homenaje y dictó una nota de respuesta a la Galería en la que agradecía la distinción y la aceptaba, humilde y honradísima, haciendo votos para seguir siendo merecedora, más aún si cabe, de tan alto reconocimiento.
La Turia miró atrás y se sintió satisfecha. La Turia, entonces, miró hacia adelante y se dijo -La Turia, recordemos, es reflexiva- que aún queda mucho por hacer hasta el número cuatro mil (que se dice pronto).
Larga vida a La Turia.