JAVIER BERGANZA: España, 1936. Antoni Benaiges es un profesor nacido en Catalunya que es enviado a un pequeño pueblo de Burgos, Bañuelos de Bureba. Allí comienza a dar clases a un pequeño grupo de alumnos que, rápidamente, quedan enamorados de su moderna metodología de enseñanza. La narración está partida en dos momentos. El pasado y el presente. En la actualidad, Ariadna (Laia Costa) es avisada del descubrimiento de una fosa común dónde podrían estar lo restos de su bisabuelo. Aquí se abre una herida de la que Ariadna no tenía conocimiento. Ella viaja hasta Burgos para tratar de ayudar con la búsqueda y encontrar más información sobre su antepasado, del que ella prácticamente no sabía nada.
Patricia Font decide hablarnos de los silencios, de las distintas formas en las que se conlleva este duelo. Desde hablar con orgullo hasta mantenerse callado para siempre por miedo a que te escuchen. En el pueblo dónde su abuelo y bisabuelo vivieron la guerra, Ariadna ayuda al espectador a revivir los momentos pasados. Vemos esa historia de Antoni Benaiges, un Enric Auquer que aspira al goya a mejor interpretación masculina. El trabajo de Enric es maravilloso. Ese empoderamiento de un profesor con conciencia de clase que lucha por una España a punto de morir. Que tiene claro que el futuro del país está en las manos de unos niños y niñas que tiene derecho a eso, a ser niños y niñas. Que tienen que aprender equivocándose, alejándose de las responsabilidades y golpes de una vida adulta que no está pensada para ellos. Sin sentir las garras de una iglesia que permanentemente husmea para controlarlo todo.
Ariadna convive con dualidades. Dejando a su hija pequeña con su madre para poder llevar a cabo esta búsqueda. Sintiéndose responsable de una herida de la que no tiene culpa. Tratando de ayudar a su abuelo a encontrar a su padre para que pueda irse de esta vida cerrando esta historia por fin. El tratamiento fotográfico vira. De un espació más frío y moribundo, con azules y cámaras fijas. Con contraluces y sombras, a uno mucho más cálido y lumínico. El pasado se ve vivo, anaranjado. La cámara (casi siempre en mano) tiene pulso y vibra. Es un personaje más, que camina de la mano de una energía impulsada por un grupo de niños que solo quiere seguir aprendiendo y disfrutando, de un maestro que lo da todo por sus ideales y su forma de pensar y creer en la vida.
Como sabemos todos y todas, el golpe de estado aparece y eso acaba con la oportunidad de Antoni de seguir enseñando. Las milicias falangistas toman el poder del pueblo y el silencio y el temor lo dominan todo. Las familias callan y observan cómo el país dónde vivían cae en la más absoluta oscuridad. Un país del que ya solo quedará el recuerdo. Y que algunos están muy obsesionados con querer olvidar.
Antoni Benaiges fue asesinado el 25 de julio de 1936. Sus restos todavía no se han encontrado. Pero su recuerdo perdura en la memoria de sus alumnos y de los familiares de ellos. Pese al silencio y pese al ruido. Esta película es una historia más de este país. Una que brilla con la energía de quienes no quieren olvidar lo que pasó. De los que no callan ante las injusticias y de quienes lo hicieron porque no podían hacer otra cosa. El maestro que prometió el mar nos entregó también la libertad de pensar y crecer sin miedo.