El director alicantino Javier Marco se lanza al largometraje tras una dilatada trayectoria en el formato corto que le ha valido muchas alegrías en festivales y el reconocimiento del Goya. Fiel a su estilo narrativo, a su perfil de personajes y a su tono entre dramático y de comedia costumbrista, Marco apuesta por dos pesos pesados del cine español para dar forma a dos personajes a la deriva y perdidos en la más profunda soledad. Sobre los actores me refiero a Emma Suárez y Roberto Álamo, ambos soberbios en un drama íntimo y ligero, esto último solo de apariencia. Álamo está magnífico en un papel alejado de sus habituales personajes de hombres cabreados, y Suárez brilla con luz propia, como habitualmente. Y con ellos, el director junto a su guionista habitual, Belén Sánchez-Arévalo, construyen una historia sobre lo cotidiano, sobre el dolor de lo cotidiano.
Si bien la situación de ambos no es quizá la habitual -ella tiene un hijo en la cárcel y él es un solitario funcionario de prisiones- Josefina se centra en el día a día, y en cómo uno cualquiera te puede cambiar la vida para (un poquito) mejor; sin milagros ni aspavientos. Sin embargo, aunque fría y silente, demasiado calmada en ocasiones, la fuerza de “Josefina” logra unir a dos almas solitarias que lejos de buscar algo encuentran refugio en las pequeñas casualidades de la vida. El amor o la amistad pueden estar en cualquier esquina, a cualquier edad, y a veces, la vida es triste y no pasa nada, pero otras te cambia radicalmente en una estación de autobuses.