JAVIER BERGANZA: Recuerdo, con los primeros accesos a internet, buscar y descargar (espero que el crimen haya prescrito) monólogos. Por aquel entonces encontraba en el humor un simple entretenimiento. Me encontré con Eugenio por pura casualidad. Su templanza, su sobriedad y su intento de sonar aséptico se quedó guardado en algún espacio de mi cerebro. Tan es así, que recordaba cada chiste que se cuenta en esta nueva película de David Trueba. Cuando David Verdaguer arrancaba la frase, mi boca terminaba el chiste unos segundos antes. Eugenio es una de esas figuras que, de un modo u otro, se ha quedado grabado en la historia cultural de nuestro país. Único e irrepetible. Un genio que logró sembrar felicidad en el rostro de los demás, mientras el suyo permanecía impertérrito. Con esa sensación de domeñar el espacio como si fuera su propia casa, aunque la realidad que se escondía detrás de esos cigarros y esas gafas ahumadas era muy diferente.
David Verdaguer se hace dueño de una obra muy bien realizada. Suma papeletas para otro Goya más. Y es que el trabajo mimético es increíble. A uno le dan ganas de frotarse los ojos y averiguar si lo que está viendo es uno de esos vídeos hechos con IA. Las partes de las actuaciones son fantásticas, calcadas por así decirlo. Homenajean a un cómico único. En las partes ficcionadas David se permite algo más de libertad y eso consigue con todo brille más aún. El dueto con Carolina Yuste deja sin respiración. Y es que Carolina hace oro todo lo que toca. El talento de la pacense es asombroso. Ojalá verla más habitualmente.
La película se centra en los inicios del cómico y en su relación con el amor de su vida, Conchita. La llegada del éxito que trajo también su contrapunto. La enfermedad de Conchita llenó de tristeza y soledad a un cómico con pánico escénico. Un personaje que, a día de hoy y con más información, seguramente hubiese abandonado los escenarios durante un tiempo para cuidar de su salud mental. Eugenio era feliz cuando estaba rodeado de sus seres queridos. Su capacidad de hacer reír era algo que le había sido dado, pero su objetivo era pasar tiempo con su mujer y sus hijos. Seguir subiéndose a un escenario para tocar la guitarra y que su voz sea la que acompañe a la de su mujer.
El biopic pasa por la década de los 70. Habla de la comercialización de su talento, de la inevitable separación con sus hijos a causa del trabajo. Del dolor y de la pérdida. Y del tener que seguir ahí arriba, sentado en un taburete, fumando y bebiendo, pase lo que pase detrás de su mirada. Él, como una especie de bufón, tenía una única tarea. Hacer reír y contar chistes. El resto daba igual.
David Trueba cuenta todo con mucho talento y sin mancharse demasiado las manos. Sabe cuando viajar, cuando usar elipsis y cuando sentarse a mirar al genio cara a cara. Una narración lenta y cautelosa que busca una sonoridad calmada. Conjuga ese ritmo de Eugenio, que se quedaba en silencio observando a su público. David Trueba pasea la cámara en silencio para tratar de encontrar el espacio del genio. Un cómico casi imposible de explicar y de reproducir que, sin embargo, David Trueba explica y David Verdaguer reproduce.
Si tiene algo de cercanía con Eugenio vaya a ver esta película. Si no conoce al cómico, también. Una obra personal y, a primera vista, simple, que esconde muchas capas de realidad y soledad. Cuando los que hacen generan carcajadas solo sonríen con los más cercanos. La soledad de los focos. Un vodka naranja, un cenicero y un taburete. No hace falta más para hacer conseguir una sonrisa inolvidable.