“Aun cuando cree conocer bien a alguien, aun si ama a esa persona, nunca puede ver la totalidad de lo que contiene su corazón”, dice uno de los personajes de Drive my car, la última película del director japonés Ryûsuke Hamaguchi (Happy Hour, Asako I & II o La ruleta de la fortuna y la fantasía), basada en el relato homónimo de Haruki Murakami, que, tras pasar por la última edición del festival de Cannes (donde se alzó con el premio al mejor guion y el premio FIPRESCI) y del de San Sebastián, de la mano de Elastica y Filmin, se estrena en salas españolas este viernes 4 de febrero.
Drive my car cuenta la historia de un actor y director de teatro que en un momento de crisis personal (tras la muerte de su mujer y el duelo no superado del hijo que tuvieron en común) acepta el encargo de montar la obra Tío Vania en un festival de Hiroshima. En la ciudad, el festival le asigna un chófer, una joven reservada y taciturna, con la que, a lo largo de los trayectos de ida y vuelta al trabajo, a partir de la confesión de las historias y fantasmas personales de ambos, desarrollará una singular amistad, una relación íntima conectada con el peso de la memoria y la necesidad de resistencia, de seguir en el camino, de salir hacia adelante a pesar de todo.
Siguiendo la metáfora del viaje, pero dando la vuelta a los esquemas clásicos de las road movies, Hamaguchi construye una lúcida y hermosa película en la que la palabra es una de las grandes protagonistas. De un modo similar a como sucede en los relatos de Chéjov (cuya literatura tiene mucha importancia en la película, y no solamente porque Tío Vania actúa como espejo de los personajes), una de las virtudes de Drive my car procede de la frase, sentencias geniales perdidas en el discurso, que de pronto, nos remueven y revelan la esencia del relato. La soledad, el miedo a perder al ser amado, el vacío, el dolor por la pérdida, la incapacidad de olvidar, de borrar nuestros recuerdos, la presencia de la muerte en la vida; la imposibilidad de conocer al otro por completo, el sentido de culpa, el significado de la verdad, su ambigüedad y contrariedades, de todo eso hablan los personajes y de eso va la película. Como ya dijo el crítico Sergi Sánchez, Hamaguchi se revela una vez más como un cineasta de la palabra. A través de ella, del diálogo, de la conversación, de la narración de historias propias y ajenas, sus personajes se cuentan, descubren y se cuestionan acerca de sus sus sentimientos y emociones, sus pasiones, sus heridas, sus arrepentimientos, sus intenciones no cumplidas, sus tristezas secretas.
Pero no solamente se trata de la fuerza de las palabras, de la potencia de una frase, sino de saber reflejarlas, de darles sentido y profundidad en la película. Ahí reside su genialidad. La frase que citaba al principio aparece en el contexto de una conversación nocturna en el espacio privado e íntimo del coche. El rostro de los personajes y parte de la carretera están iluminados y el fondo oscuro, el diálogo transcurre de manera pausada y contemplativa, dejando sus espacios de tensión y sosiego, es una conversación de confesiones y silencios. Todos los elementos de la secuencia hablan de lo fantasmal, de la complejidad de las cosas, sus distintas caras, de nuestro lado en sombras, de los secretos y misterios que hay en nosotros, de la dificultad de desentrañar al otro. La lucidez de Hamaguchi no reside solamente en saber captar las palabras clave del relato de Murakami, sino en saber escuchar ese relato, a sus personajes, sus conflictos y matices, el tiempo, el ritmo, el tono y el misterio de las palabras, y partiendo de ahí, en saber plasmarlo, hacer que exista como relato fílmico, como una confluencia de palabras, imágenes y sonidos.
Drive my car logra ser una película brillante porque Hamaguchi ha sabido captar el alma del relato en el que se inspira, la oscuridad, el pesar y la voluntad de resistencia de los personajes, y desde ahí, a través de la conjunción de sugerentes materiales textuales, visuales y sonoros, llevarlo más allá, crear un mundo propio, intrínsecamente cinematográfico. Es una película perturbadora y bellísima.