PALOMA GANDÍA: Abelardo Muñoz aterrizó en el aeropuerto de La Habana en 1997. Llevaba su Olivetti entre su equipaje y deseaba pasar una larga temporada en tierras cubanas. Más de veinte años después, en noviembre de 2019, ha publicado “Periodo especial” (Libros del Baal) una recopilación de las crónicas que escribió, con las que se adentra en las entrañas de La Habana, en sus gentes, sus costumbres y sus paisajes.
El libro narra el viaje que realizaste a Cuba en 1997. A pesar de ello, ha sido publicado en noviembre de 2019. Sorprende que coincida con la celebración de los 500 años de fundación de La Habana. ¿Por qué publicarlo ahora?
He decidido publicarlo porque unos amigos lectores leyeron el manuscrito y dijeron que estaba muy bien. Yo lo tenía como un material de uso personal. Cuando leí a posteriori la noticia de los 500 años de La Habana, me pareció un azar estupendo, porque el libro refleja la fascinación absoluta que me produjo a mí esa ciudad. Quería recordar cierta vida de trotamundos, de uno que se va con lo puesto intentando cambiar de vida. Aunque ya escribió Quevedo que uno cambia de país pero no de costumbres.
En varias ocasiones repites que aquello no fue un mero viaje, sino que fue una especie de huida. “La sola idea de regresar a mi país me eriza la piel”, añades en un punto determinado del libro.
En esa época, ya remota, yo quería emigrar, irme de València. Se me ocurrió Cuba, quería hacerme camino allí. No pude quedarme por una cuestión económica. No era posible. Nada más llegar me dijeron que no había trabajo ni siquiera para los periodistas de allí. Solo había un periódico, el Granma, el oficial, y algunas revistas oficiales. Me hubiera gustado quedarme, pero había demasiadas deficiencias. El nombre del libro, “Periodo especial”, hace referencia a la época de los años 90 en Cuba, cuando la URSS se desintegró y Cuba dejó de recibir ayudas.
“Las costumbres afroamericanas perviven en el alma”, escribes refiriéndote a los habitantes de Cuba. ¿En qué sentido lo notabas?
Son afrocubanos. En el Caribe todo es muy salvaje. Yo me fui a Cuba huyendo de ciertas adicciones: las fiestas nocturnas en València, el alcohol, la cocaína, la juerga. Marché a otro sitio, pero el alcohol me acompañó. En Cuba todos beben ron y fuman puros. Me hice uno más con la gente. Yo iba pobre y estaba pobre con ellos. Me emborrachaba con ellos y acabé hecho polvo como ellos. La gente, a pesar de la estructura política opresiva, de las carestías, de la picaresca, tira hacia delante. El clima, la atmósfera extraordinaria, todo eso influye en su carácter.
Has confesado en “Periodo especial” que aquella fue una estancia que te transformó profundamente. ¿Por qué?
Me transformó como cada viaje o visita que he realizado fuera de España. Siempre me han servido para conocerme mejor a mí mismo y para contrastar la lógica occidental, europeísta y cartesiana. Yo por formación y por sensibilidad soy marxista y amigo de los desheredados de la tierra. Concibo mi trabajo literario y periodístico como un compromiso con la justicia, la lucidez y la verdad. Pertenezco a una generación de luchadores contra el franquismo. Lo humano es lo que más me interesa a mí. Por eso me pareció buena idea editar el libro, porque creo que refleja la humanidad cubana: la pasión, el amor, el alcohol.
¿Cuál es el próximo proyecto de Abelardo?
La edición de un escrito, ubicado ya en el siglo XXI, que sería una especie de diario narcótico de un hombre que se pone ciego un día sí y un día no. Es una crónica de un personaje que apunta cada fiestón que se da. Es una visión distinta del mundo de las drogas, sin moralina. Podría ser muy didáctico para las generaciones que se drogan. Podría llamarse “Carne a trozos”. Se habla de la euforia inicial, y de cómo poco a poco se va deteriorando. También quisiera escribir una novela larga sobre los años 70 en Valencia, sobre cómo vivíamos desde un punto de vista cultural.