Adam Driver podría estar hoy en cualquier guerra de Estados Unidos. Quizá en Afganistán o Iraq sirviendo en el 81º Cuerpo de los marines norteamericanos. “Después del 11 de septiembre, ese sentido de patriotismo se acumuló y me uní a la Infantería de Marina. Mi objetivo: era ir al extranjero”, dice. “La política de la misma, ya sea que la guerra sea buena o mala, nunca se me pasó por la cabeza. Cuando entrenas para hacer un trabajo durante dos años y medio, estás emocionado de ir y hacerlo”. La carrera militar de Driver se vio truncada por un brutal accidente con bici de montaña que le apartó definitivamente de las fuerzas armadas. El ejército perdió a un soldado, pero el cine ganó a un gran actor. Faltaba un gran trecho hasta dar el salto a la gran pantalla.
Fue rechazado y aceptado un año después en la escuela de interpretación de Juilliard. Cuando comenzaron las clases en el Lincoln Center, Driver rápidamente se dio cuenta de que ya no estaba en Camp Pendleton. “Hice llorar a tres personas en mi primer semestre.Estaba acostumbrado a una forma muy agresiva de hablar con la gente. Lo consideraría tener una discusión, ¡pero supongo que otros no lo vieron de esa manera! Así que me calmé y encontré una manera de comunicar exactamente lo que estaba sintiendo“. Su compañera de clase Joanne Tucker, una graduada de Dalton que se convirtió en la novia de Driver, también lo ayudó a adaptarse a la vida de la ciudad. “Ella me enseñó qué es el queso Gouda“, bromeaba en una entrevista de 2009.Tras pasar por varias obras de Broadway su gran lanzamiento vino en 2014 cuando el director J.J Abrams y la presidenta de Lucasfilm, Kathleen Kennedy lo escogieron para encarnar al nuevo villano de la saga Star Wars: el despertar de la fuerza. No le hicieron prueba de casting como recuerda a menudo. El joven marine se metía en la piel del sucesor de Darth Vader, todo un reto interpretativo que supo manejar gracias a su imponente poderío físico de casi 1.90m de altura y un rostro imperfecto que le aportan una extraña y enigmática belleza.
Pero lejos de querer encasillarse Adam Driver comenzó una prolífica carrera que le ha llevado a trabajar con directores de prestigio como Martin Scorsese en Garupe (interpretaba al sacedorte Francisco Garupe) Jeff Nichols en Midnigh Special, Jim Jarmush en Paterson y Terry Gilliam en El hombre que mató a Don Quijote. Y volvía a meterse en la piel de Kylo Ren en El último Jedi (2017) y El ascenso de Skywalker (2019). Pero es quizá Historia de un matrimonio, de Noah Baumbach su papel más crudo y exigente hasta la fecha. Junto a Scarlett Johansson logran un excelente film de un matrimonio que se desmorona. Con 37 años Adam Driver se ha convertido en un galán a contracorriente que escoge los papeles difíciles a ambos lados del Atlántico. Prueba de ello es la encarnación del tormentoso Henry del dudoso y polarizante musical Annette, de Leos Carax. No sabemos cómo transcurrió el rodaje, pero Adam Driver tuvo que poner mucho de su parte para dar forma al descenso a los infiernos del cómico.“Con algunas películas, como esta, puedo llegar a encontrarme en medio de una escena compleja, incluso ambigua. Y, entonces, pienso que, mientras yo tenga claro lo que quiero expresar, poco importa si la gente lo pilla o no. Pero otras veces creo que es importante que aquello que quiero decir llegue. Es una de las muchas yuxtaposiciones que entran en juego cuando haces una película. “, afirmaba en una entrevista para Fotogramas.Próximamente lo podremos ver en dos película de Ridley Scott, La casa Gucci y The last duel y vuelve a trabajar a las órdenes de Noah Baumbach en White Noise. Sin duda, Adam Driver es el actor de moda. Y le queda mucho por decir.