SUSANA FORTES: Hubo un tiempo en que nada de esto existía. No había tweeter ni grupos de whatsApp. Era abril de 1977 y acababa de estrenarse Annie Hall. No sé cómo era la vida de cada uno de ustedes entonces. Sé cómo era la mía. Vivía en un piso compartido de estudiantes en Santiago de Compostela. Sé que en esa época frecuentaba las librerías de viejo en busca emociones al precio máximo de cinco duros. Sé que no sólo no había leído a Marshall McLuhan, sino que, además, no tenía ni idea de quién era. Y entonces llegó a Annie Hall y lo cambió todo.
Vi la película más de cinco veces a lo largo de la misma primavera meteorológica y sentimental con lluvias y claros. Y en cada una de las cinco ocasiones entré al cine con el mismo entusiasmo, esperando con fervor cada escena, en especial la de la cola del cine, cuando Woody Allen saca a McLuhan de detrás de un cartel para desenmascarar a un intelectual plasta que le estaba dando una brasa insufrible a su acompañante. De eso había mucho en aquellos años, tipos egocéntricos y pesadísimos, que intentaban llegar a la cama por la vía teórica. Una plaga que Annie Hall contribuyó a exterminar con bastante éxito y mucho estilo. Diane Keaton nos hizo a todas más seguras y descreídas, más divertidas, menos sumisas. Empezamos a vestirnos con chalecos negros, pantalones de pinzas, y un look a lo Charles Chaplin, con el que estábamos dispuestas a comernos el mundo.
Recuerdo casi todas las películas de Woody Allen. Me acuerdo en qué ciudad estaba y con quién fui a ver cada una de ellas: Hannah y sus hermanas, Misterioso asesinato en Manhattan, Match Point, Granujas de medio pelo, Delitos y faltas, Midnight in Paris, Sombras y niebla, Maridos y mujeres, Días de radio, La Rosa púrpura del Cairo… Tengo una foto en el mismo banco con vistas al puente de Brooklyn que sale en la escena final de Manhattan. No sé ustedes, pero yo no podría separar esas películas de mi propia vida. Forman parte de mi manera de entender el mundo y su neurosis.
Alguna gente piensa que Woody Allen abusó de una cría de siete años. Otra gente opina que es víctima de una esposa despechada que manipuló a la niña hasta hacerle creer lo que nunca pasó. Existe una película terrible sobre el asunto titulada La caza, de Vinterberg, que pone los pelos de punta. Los servicios de bienestar infantil de New York y el Hospital Yale New Haven de Connecticut investigaron a fondo las denuncias en su momento y concluyeron por separado que no hubo abuso. Pero no importa, en EEUU las redes sociales ya han dictado sentencia, saltándose las vías legales. Algunas feministas reputadas van más allá y reclaman la aniquilación de toda su filmografía.
Yo no sé si Woody Allen es culpable o víctima. Pero si alguien considera que Annie Hall representa un peligro para la causa de la liberación de la mujer, decididamente algo no está yendo demasiado bien en este jodido mundo.