DOLORS LÓPEZ: Resoplo contrariada en un esfuerzo por contener la frustración. Llevo muchas horas en pie y todavía no he salido de Berlín. Me repito como un mantra que estoy de vacaciones, que no pasa nada. Recuerdo lo que diría mi amiga Mariló en estos momentos: ¡Pues por algo será! Y se quedaría tan pancha. En estas situaciones me exaspera la actitud de aceptación incondicional y bobalicona que inundó Occidente en el movimiento New Age.
Reparo en la mirada de un hombre buscando mis ojos. Me turbo al sentir descubierta mi rabieta muda. Sonríe invitando mi sonrisa…y la consigue como un acto reflejo de urbanidad.
Se acerca. ¡Ay no, Dios mío! ¡Lo que faltaba!
Parece que no quieren que nos movamos de aquí, ¿verdad?
Pues de momento lo están consiguiendo.
Soy Luis, y también estoy harto de esperar. Y acerca su mano para estrechar la mía.
Comienza una charla distendida y ligera, pero muy reveladora. Es biólogo y está dirigiendo un proyecto de investigación en el Zoo de Berlín. Vuelve a Madrid de vacaciones. Le cuento que yo he terminado las mías y que vuelvo a Fez para seguir trabajando como profesora de español. Cambiaré de avión en Madrid.
Nos fugamos a la cafetería más cercana y el hastío remite.
Vigilamos de soslayo el panel que va actualizando la actividad de los vuelos. Mi sonrisa ya no es una reacción de amabilidad y la suya se va haciendo cada vez más prometedora. Es encantador.
Me asomo a un paisaje nuevo. Todo por descubrir. Fascinación por descubrirlo.
Los dos vivimos con pasión nuestro trabajo, pero él está terminando su estancia en Alemania y se siente en el principio de una nueva etapa que tiene el foco en EE. UU.
Le cuento que yo, por fin me siento en casa. Marruecos parece haber sido mi hogar en otras vidas.
Llega nuestra tarta de manzana y el roce de su mano en la mía.
Me gustas, dice, y el universo se detiene.
En megafonía anuncian un nuevo retraso que nos sabe a regalo de navidad.
Estamos agotando la nueva prórroga y por nuestras bocas se han derramado todos los besos de una eternidad. Las palabras se han vuelto susurros y las miradas caricias.
La voz persecutoria nos amenaza ahora con el embarque inminente de nuestro vuelo. Tenemos que volver.
Tragamos saliva para disolver el nudo que atenaza nuestras gargantas.
El mostrador está ante nosotros. Nos acercamos de la mano, muy juntos, como si nos arrebataran un sueño.
Ocupamos nuestros asientos. Nos buscamos con anhelo.
Nuestras miradas se encuentran ahora como un abrazo cálido que destella promesas.
Tengo que llamar a Mariló.