Hace apenas unas horas me he dejado atrapar entre las tapias de la fundación Francisco Giner de los Ríos. Estaba allí por otra cosa, pero el alma de la Institución Libre de Enseñanza (ILE) se ha impuesto en su territorio, en su lugar de origen. Sigue siendo un lugar de encuentro.
Podía percibir los latidos apasionados de Nicolás Salmerón confundidos con los de Joaquín Sorolla o Joaquín Costa. Pero me ha emocionado por encima de todo percibir la palpitación de Claudia Benito, de María Moliner. De Angelina Carnicer y de Justa Freire. Nombres, imágenes e ideas se han deslizado hasta mi mente a través de las ramas de los árboles del jardín.
La ILE proponía un modelo educativo basado en el fomento de la libertad para pensar y experimentar. En el diálogo con el alumnado.
Justa Freire aparece y se queda entre el aroma de tierra mojada y flores abriéndose a la mañana.
Referencia y referente pedagógica de la Segunda República, Justa freire ha desaparecido del callejero de Madrid en el que estuvo cuatro años. Efímero paso para tan largo recorrido en el ámbito educativo y social. Hace unas semanas han retirado la placa que daba su nombre a una calle.
Fue de las primeras directoras de un centro escolar. Mujer de gran relevancia en la educación, en la sociedad y en la ciencia.
Formó parte de un ingente proyecto protector de la infancia agredida por la guerra, las Comunidades Familiares de Educación.
Trasladaban a nuestras tierras las criaturas huérfanas y desprotegidas que iba dejando el golpe de estado. Profesorado y alumnado convivían en una red familiar y cercana que mitigaba el sufrimiento de la contienda (modelo vigente en nuestros días ante crisis internacionales brutales como las que padecen tantos menores evacuados en los conflictos bélicos).
Borrar tu nombre, Justa, es castigarte por segunda vez a causa del trabajo por la educación innovadora y democrática que presidió tu vida.
Es Invisibilizar a las mujeres.
Es volver a enterrarte. Pero sobre todo es declarar que la defensa democratizadora de la educación es sepultada, tapada por un símbolo de la represión y la dictadura.
Denunciada por un compañero de colegio fuiste encarcelada. Uno de los tuyos, de tu entorno destiló odio.
Ahora, en pleno siglo veintiuno, el odio encuentra su discurso.
Conseguiste, pese a todo, seguir siendo maestra, y nos enseñaste el camino para permanecer en los valores democráticos que representas.
Conseguiremos hacer de las calles lugares donde reunirnos, sendas hacia una sociedad que nos acoja a todos.
Calles que nos nombren con la emoción del reconocimiento a las personas que hacen de su vida un proyecto de mejora social.
Calles que te nombren.