El café se ha enfriado en apenas unos minutos. Mi cuerpo lo rechaza en un respingo. La caldera no caldea lo suficiente y las paredes tiritan rodeadas de hielo. Todo es extraordinario desde hace mucho tiempo y necesitamos ya una dosis de normalidad. Necesitamos la constancia de lo cotidiano en nuestro día a día.
¿Qué era lo cotidiano hace un año? ¿En qué consistía ese tedio ante la permanencia de las personas, de los ciclos vitales y climatológicos?
Me recuerdo en una larga época deseando que algo cambiara en el nuevo día. La sensación del tiempo congelado, de la vida estancada caía como un manto sobre mis hombros, como una sentencia inapelable. Qué lejos quedan esas horas de buscar en la ventana un atisbo de algo diferente.
En esta mañana de escalofríos y resbalones intento mirar con perspectiva la nueva era que se nos ha impuesto sin darnos tiempo a reaccionar.
Todo ha quedado en suspenso.
Las fiestas. Los viajes. Las reuniones de amigos y las de trabajo. Los congresos y los conciertos. Los abrazos que te daba mientras tapabas mi boca con la tuya.
La pandemia. La glaciación de Filomena. El nuevo “orden de las cosas” ha hecho extraordinario lo habitual, y cotidiana esta realidad alterada en la que estamos sumidas sin que nadie haya apretado el botón.
Lo único cierto es la incertidumbre. No me gusta la sensación de no poder hacer nada, de que nada dependa de mí. No la acepto. Según diría mi buen amigo Josep, hemos sido expulsados de un puntapié de nuestras áreas de seguridad y de influencia, para aterrizar sin colchón amortiguador en el conflicto, en lo que nos genera estrés y ansiedad.
Todos estamos sumergidos en la angustia que nos provoca este pliegue de la historia. Nadie escapa a sus consecuencias. Tampoco a las mentales.
En Cosenza (Italia), en Madrid (España), y tantos otros lugares, médicos, personal socio sanitario, fuerzas de seguridad, se están suicidando por no poder superar su sufrimiento, agravado por la crisis sanitaria que el Covid 19 nos ha traído. Más de la mitad de los profesionales sanitarios presenta secuelas mentales como consecuencia de la primera ola de la pandemia, según concluye una investigación recién publicada. Hay que potenciar las redes de salud mental. También para atender de una forma adecuada y urgente a las personas que nos atienden a las demás.
Los recortes en personal de hace años, las condiciones socio laborales, la falta de participación en la toma de decisiones…
Y la soledad del cuarto donde descansar un rato durante la guardia, si lo permite la situación.
Y el aislamiento entre las paredes de sus casas que ya no son lo cotidiano.
Y la sensación de no tener más tejido de sustento que la cadena de procedimientos en el hospital o en el centro de trabajo.
No podemos evitar que las grandes catástrofes ocurran, pero podemos hacer algo con lo ocurrido. Tenemos que cuidar de quienes nos cuidan porque forman parte de nuestra sociedad herida gravemente. Porque sin todos ellos somos aún más vulnerables.
Porque eso, sí está en nuestras manos.