DOLORS LÓPEZ: Las vacaciones llegan a su fin y cierran, con esta quinta entrega, la particular bitácora de vuelo que comencé en los primeros días. Confieso, como Pablo Neruda, que he vivido este espacio temporal que cambia mi año en agosto, lejos del frio enero.
La vuelta a casa se ha hecho inexorable poniendo lavadoras, compartiendo fotos con los amigos más íntimos… y escuchando los boletines de noticias ¡Qué espanto de frases rimbombantes y terroríficas!
Es inevitable la tristeza y preocupación por una realidad climática alterada que ha provocado episodios durísimos en días extremos. Cierto.
El escenario mundial amenazado por una guerra desquiciante en pleno siglo veintiuno, innegable también.
¿Pero no ha pasado nada más?
Recuerdo calles y rincones llenos de personas de todas las edades inmortalizándose en selfis en medio de una incontenible algarabía de vida. Besos como proyectiles disparados por sorpresa hacia la boca buscada. Hacia los labios del paraíso.
Recuerdo una escena en la cubierta del ferry que nos llevaba a Finlandia. Atardecía el sol nórdico explotando en todo su poder. El barco simulaba una nueva arca de Noé deslizándose por el fiordo de Estocolmo. Las últimas luces del día acariciaban a todas las variantes de la especie humana que poblábamos cada palmo de la nave.
Permanecíamos hechizados viendo alejarse islotes y bosques precipitados sobre el mar. Un músico nos arrancaba en cada nota una emoción que ponía palabras al encantamiento.
Una adolescente, y la que parecía ser su abuela, se balanceaban acompasadas, con los brazos entrelazados y canturreando la melodía.
__¡Si estuviera aquí tu madre! Le oímos decir.
Todo esto también ha pasado.
La vida se abre paso porque quiere sentirse viva. Desde mi regreso no he dejado de oír mensajes apocalípticos haciendo sonar las trompetas de falsos ángeles anunciando el final de la humanidad. Y siempre desde el mismo ámbito interesado en sembrar el caos y la desesperanza. Solo “ellos” podrán salvarnos a nosotros, pobres mortales, de todos los males que nos acechan.
Llevo un par de días dándole vueltas a la palabra ponzoña. Según la definición de Oxford Languages, ponzoña es la “maldad insidiosa que pervierte a quien la oye”.
Ese parece ser el objetivo de tanto anuncio ”. Este objetivo parece ser el catastrófico: pervertir la fuerza que como sociedad tenemos, sembrando pensamientos de devastación e intentando minar la unidad que nos hace capaces de desafiar la adversidad. Capaces de seguir construyendo y reconstruyéndonos. Resilientes.
Dicen René Goscinny y Albert Uderzo en su inefable “Astérix y Obélix”
“…Para combatir esa fuerza, que les otorgaba su inquebrantable unidad incluso más que su poción mágica, el emperador envió a Detritus para sembrar la cizaña en el poblado. Los enfrentamientos estuvieron a punto de romper la defensa de los galos y solo un esfuerzo por recuperar su unidad les permitió salir nuevamente victoriosos”
Dicho queda.
Venimos de superar grandes catástrofes e infortunios. La capacidad de afrontamiento del ser humano se ha demostrado colosal durante todas las etapas de l historia. La capacidad de afrontamiento como sociedad que lucha unida por el bien común, inconmensurable.
Somos capaces de torcer el curso de los acontecimientos cuando creemos que podemos edificar sobre los terrenos más difíciles. Cuando decidimos hacerlo. Cuando nos reunimos y nos ponemos manos a la obra.
Feliz regreso a todos.