CHRISTIAN PARRA.DUHALDE: Y Assange volvió respirar el contaminado aire de Londres como si fuera oxígeno puro. Tras su odisea de dos décadas hackeando a medio mundo y objetivo de los servicios de inteligencia desde que publicase, en 2015 el vídeo Daños Colaterales filmado desde un helicóptero Apache que, a la vez, masacraba a un grupo de civiles desarmados en Irak y la posterior divulgación de cientos de documentos clasificados que retrataban los horrores de la guerra, a los que accedió con la complicidad del soldado y analista norteamericano Chelsea Manning, el australiano, fundador de Wikileaks, pasó de ser un héroe romántico y tendencia de la cibercultura a ser un perseguido por el aparataje de la Seguridad Nacional de muchos países. Pero en junio de 2012 y con el antecedente de haber sido acusado de violación en Suecia, consiguió asilarse en la Embajada de Ecuador en Londres bajo el amparo del presidente socialista de Ecuador Rafael Correa y durante cinco años el hacker pudo hacer del balcón de la sede diplomática su altar para públicamente dar la cara frente a las demandas de extradición a USA. Hasta que –y con un nuevo presidente girado a derechas en el país sudamericano-, Julián Assange –que ya contaba con la nacionalidad ecuatoriana que le fue retirada- fue expulsado violentamente por Scotland Yard autorizada por el embajador a ingresar a territorio ecuatoriano a ejercer la fuerza bruta para desalojar al indeseable y arrestarle una vez en la calle. Todo ello frente a un despliegue de medios de comunicación y una multitud anónima que nada hizo por defenderle, pese a que el escándalo vulneró todas las leyes procedimentales locales y del Derecho internacional.
Con Assange detenido en una cárcel de máxima seguridad, aislado en un agujero de 2x3m, y con la opinión pública a su favor expresada en diversas plataformas de presión y diversas instituciones demandando atención a su salud, supuestamente deteriorada, el proceso de extradición se puso en marcha, primero avalado por la justicia inglesa, luego cuestionada por la misma, y posteriormente retomada a través de canales secretos, al cumplirse cinco años de su calvario se da a conocer un acuerdo por el cual el Hacker devenido en héroe e icono de la Libertad de Expresión se declara culpable del cargo de divulgación de documentos sensibles y acepta la condena de cinco años que ya ha cumplido en la prisión de Belmarsh, evitando la acusación de traición y la Ley de Espionaje con la que USA amenazaba destruirle.
Según las versiones oficiales, Julián Assange –que siempre declaró su temor a acabar en Guantánamo- se habría trasladado a las islas Marianas, cercanas a su natal Australia pero territorio estadounidense en definitiva, dada su negativa a pisar otro suelo norteamericano para suscribir el citado pacto cuyas más precisas condiciones, como la futura confidencialidad, desconocemos o jamás sabremos de ellas.
Como fuere, nunca estará a salvo. Y no sólo por el caso de los papeles estadounidenses. Durante su carrera de Hacker, Assange incluyó en su lista de espiados, a oligarcas rusos, señores de la guerra africanos, potentados internacionales, organizaciones criminales, además de desproteger la confidencialidad de miles de agentes de seguridad y sus redes de información. Y nadie olvidará.