Cartelera Turia

AUTORITARISMO POSTDEMOCRÁTICO

ANTONIO ARIÑO: La sociedad española no ha sido el mejor mirador para otear lo que pasaba en el mundo político en las últimas décadas. Parecía que nuestra llegada tardía a la democracia, después de una larga dictadura, nos había vacunado contra el surgimiento y ascenso de las derechas extremas. Parecía.

Por otro lado, existía (y sigue persistiendo) una tendencia a ver todo fenómeno político en clave de singularidad ibérica. Vox no era más que un fenómeno pasajero que acabaría engullido por sus vecinos del Partido Popular, de los cuales en última instancia no eran más que hijos pródigos (mi teclado había escrito hijos “prodigios”).

Los resultados de las pasadas elecciones europeas han hecho saltar por los aires todos estos pre-juicios. El ascenso general y el triunfo en algunos países de estas fuerzas políticas, que traen a la escena pública el vocabulario, las emociones y las formas de las guerras de religión (rebautizadas como “guerras culturales”), las ha convertido en una realidad global, un fenómeno ineludible de globalización. Y como tal deberá ser tenido en cuenta, pese a las diferencias de contexto nacional.

Además, es importante caracterizar bien este fenómeno que se asienta sobre movimientos populistas, sin reducirse al populismo; que suele ser definido como iliberal, porque combate muchos de los logros y objetivos de la cultura contemporánea, sin tratarse exclusivamente de una cuestión de cultura política. Por ello, populismo, iliberalismo, euroescepticismo y algunas otras definiciones me parecen insuficientes. Prefiero hablar de ellos como autoritarismos postdemocráticos.

Comencemos por la cuestión de la postdemocracia. En la inmensa mayoría de los casos –la India incluida- han llegado al poder mediante procesos electorales formalmente incuestionables y tanto sus líderes como sus votantes han nacido en sociedades democráticas y han estudiado en escuelas y universidades de diverso signo. Si añoran algo, no se trata de un paraíso personalmente vivido; tampoco son hijos de la miseria y la pobreza. Para entender su transversalidad, sirve de poco retornar a esquemas mentales arcaicos, aunque sea lo más socorrido.

Hijos de la democracia representativa, con algunos conocimientos sobre lo que comporta este régimen de gobierno -especialmente aquellos que proceden del campo del derecho o de las ciencias sociales-, sin embargo suelen lanzar sapos y culebras contra instituciones básicas para su funcionamiento como los partidos políticos y los sindicatos; tampoco tienen especial simpatía para las organizaciones de la sociedad civil, aunque ellos sean expertos en la creación de fundaciones. Su objetivo fundamental es ganar las elecciones y ocupar las instituciones como si se tratara de un ejército victorioso. Hemos podido escuchar en algunos mítines un lenguaje de resonancias belicistas: cayó Hungría, ha caído Italia, acaba de caer Argentina y detrás vendrán las demás fichas. Por ello, los llamo postdemocráticos.

¿Qué harán y cómo la harán cuando “ocupen” las instituciones? Algunas de las actuaciones de sus mentores heroicos muestran no donde ponen sus límites sino sus objetivos. La práctica les define, porque su objetivo –en esto que no se engañe nadie- está en lo que gritan; sus formas dicen cómo son y cómo quieren ser entendidos. Son autoritarios y defienden un gobierno autoritario. Puede pensarse que sobreactúan cuando practican un brutal lenguaje de acoso y derribo del rival; y que cuando gobiernen se volverán más calmados y pragmáticos. Pero no aceptan un hecho fundamental de la sociedad y de la democracia: la heterogeneidad y el pluralismo, dos rasgos constitutivos que deben trasladarse a las prácticas de gobierno.

Si cuando llegan al poder no cuentan ya con amplias complicidades en determinadas instituciones (la administración de justicia, es un buen ejemplo), se encargarán de lograrlas. Sus gabinetes de comunicación (Habría que decir de propaganda) son más importantes que los servicios de economía y de políticas públicas. Les elites culturales les molestan en especial por su declarado relativismo que erosiona una visión monoteísta del orden moral. Confunden -lamentablemente no son los únicos- orden social y orden moral.

Tenemos, pues, graves problemas si queremos seguir viviendo en democracia y profundizando la que ya hemos logrado. Y quiero señalar dos problemas a los que desde hace tiempo se presta poca atención, pese a su endemismo.

No es posible continuar pensando que nuestros sistemas democráticos son fuertes con las elevadas tasas de abstención existentes; los abstencionistas son el primer partido de cada país. No es aceptable que los gobiernos actúen como si no existiese esa parte de la población, numéricamente mayoritaria. Nadie puede hablar por ellos; hay que conseguir que salgan de su silencio (silencio que -al menos sociológicamente- no puede ser tomado como aceptación o complicidad). Cuando alguien se escuda en “el pueblo español esto o lo otro” debemos decirle que “no tiene ni idea”, que no es su ventrílocuo. Colaborar a que las personas electoralmente mudas, hablen; que sus situaciones vitales y esperanzas encuentren identificación y resonancia, debería preocupar y ocupar a la sociología.

El segundo problema, como dice Romaneda, es la patología de las pequeñas diferencias, que produce una fragmentación inexplicable entre quienes dicen que quieren crear una sociedad mejor para la inmensa mayoría. En vez de definir una situación común y una política común, siempre aparecen los poseedores de alguna superioridad moral, puramente verbal, para lograr que en la sala haya “más partidos que personas”, como afirmaba William Morris. Conseguir bienes para la mayoría supone sacrificios personales y, por supuesto, ideológicos, pero ¿para qué sirve la fuerza de la razón o la pureza de una ideología que no mejora la vida de las personas? Daré mi respuesta: Para la distinción aristocrática y la autocomplacencia personal.

El autoritarismo postdemocrático es el fantasma que recorre -no sólo Europa- el mundo en esta década del siglo XXI.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

AUTORITARISMO POSTDEMOCRÁTICO

EL BOLERO DE MANEL

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