Hace aproximadamente un año aludí a este mismo asunto en estas páginas. Entonces, la organización de una prueba ciclista en Australia había decidido prescindir de las azafatas en sus metas y podios, lo que causó un cierto revuelo. Un año después la Fórmula Uno, una competición mucho más mediática que aquella, ha adoptado la misma medida de cara a la temporada que ahora comienza, mientras que el mundial de motociclismo continuará con la presencia de mujeres con parasoles junto a los pilotos en las parrillas de salida. La polémica está servida en tiempos en los que los estereotipos configurados en torno a la mujer generan cada vez más debate.
Buena parte de la sociedad entiende que la presencia de azafatas, casi siempre jóvenes, guapas y sin demasiada ropa, contribuye a la cosificación femenina en una sociedad en la que ha comenzado la lucha contra el lenguaje machista con batallas casi siempre razonables, aunque en ocasiones ridículas, con las portavozas y las miembras como botón de muestra de propuestas poco afortunadas.
Negar la mayor, es decir, las posiciones machistas, la violencia de género y los casos de las muertes que cada año se producen, sería una frivolidad. Negar los avances hacia la igualdad, por largo que sea el camino que quede por recorrer, sería otra. Además, hay que reconocer que el mundo del deporte es el que más progreso ofrece en este terreno. Otra cuestión es si las azafatas son una necesidad sustancial o tan solo una parte del ornato que lo rodea, sin olvidar que en esa parte ornamental, en la que aparecen más mujeres que hombres, hay chicas que viven más que dignamente de su belleza, cualidad cuya explotación es tan legítima como la de la inteligencia, la osadía, la simpatía o las habilidades innatas necesarias para practicar cualquier deporte al máximo nivel.
¿Son prescindibles las azafatas en las carreras de coches, motos o bicicletas? Por supuesto que sí. ¿Resulta imprescindible excluirlas? Por supuesto que no. ¿Hace falta que en un torneo de tenis en noches frías vayan con minifalda y los hombros al aire? Por supuesto que tampoco. La Fórmula Uno ha decidido sustituir las azafatas por niños. ¿Por qué esta idea, peregrina donde las haya, no ha generado controversia cuando bien sabido es que la Ley no permite la aparición de fotografías de menores en los medios de comunicación?
En cualquier caso, los tiempos que corren son pendulares. Ha habido momentos no muy lejanos en los que la mujer no salía de la cocina más que para pasar por la cama. El premio por su dedicación, cariño y amor maternal era una lavadora, una plancha o un perfume regalado por el macho protector. Tampoco ha desaparecido por completo la prostitución, velada o no, en el entorno de ciertas pruebas deportivas. Estos ejemplos y algunos otros han propiciado posturas más o menos radicales que olvidan, por ejemplo, que a día de hoy, la de azafata es una profesión reconocida, que las mujeres la desarrollan por propia elección y que a partir de ahora muchas de ellas van ver lastradas sus oportunidades laborales en una actividad que para unos resulta humillante y para otros completamente digna.
Insisto, los derechos de la mujer todavía no están suficientemente reconocidos, pero si hay un ámbito en el que han crecido exponencialmente ese es el del deporte femenino. El auge del fútbol femenino es una prueba de ello, las medallas conseguidas por las españolas en los Juegos Olímpicos más recientes, otra. Situaciones impensables a principios de este siglo son ahora habituales y la presencia creciente de árbitras de fútbol o de rugby, así como la de mujeres que pilotan coches o motos al más alto nivel en un circuito o un rally, son buena prueba de ello. Hay un avance hacia la paridad que deja atrás los tópicos que convertían en floreros incluso a las deportistas de elite.
Puesto a elegir, prefiero a las azafatas y los azafatos antes que a las sonrojantes cheerleaders (animadoras según los traductores de Google) importadas de la parte más rancia del deporte anglosajón. Mucho peor es, aunque por suerte poco tengan que ver con el deporte, lo de las majorettes, esas jóvenes que desfilan con aplomo y determinación y con un atuendo paramilitar, minifalda, botas altas y un fustigador bastón en las manos. Acepto azafatas y azafatos, pero espero que nunca haya majorettos.
Alfonso Gil