Hacer cine es difícil. Hacer cine de tonos poéticos lo es más (sobre todo si la historia huye de lo naíf). Hacer cine de tonos poéticos sin un solo diálogo es, cuanto menos, una proeza. Juanma Bajo Ulloa vuelve por todo lo alto, narrando una historia dura y cruenta sobre una madre, adicta a la heroína, que vende a su bebé. La película tiene una introducción fascinante, con una retahíla de imágenes muy potentes sobre la naturaleza y los animales, y con una presentación de la protagonista (Rosie Day) prácticamente única. Desde ahí, el espectador entiende que en las reglas del juego que Bajo Ulloa ha creado, pone explícitamente que no se puede hablar. Y Bajo Ulloa cuenta, con sonido, música e imágenes, una historia fantástica (por su género y su calidad) de un descenso a los infiernos, y de su durísima salida.
Porque la historia es un viaje, un viaje de una madre joven que quiere recuperarse a si misma y a su amor. Una joven que quiere salir de su adicción a la heroína y que quiere volver a sujetar a su bebé en brazos. Y el viaje, desde el primer fotograma, es un cuento. Un cuento con claroscuros, como los de Caravaggio, que narra como si la cámara fuese un pincel y recorriera, sutil y calmadamente, el encuadre de la historia. Un cuento de tensión y lamento, de incapacidad y necesidad. De miedos y de valentía. Bajo Ulloa vuelve, de vez en cuando, a esas preciosas imágenes iniciales. Narra con las arañas y los cuervos; con los buitres y ciervos. Una película repleta de metáforas y con aspecto “lynchiano”, de cuento de los Hermanos Grimm.
Es un cuento de brujas, sobre la drogadicción y la gestación subrogada. Y sobre sobrevivir a una vida cuesta arriba. Sobre gritarle, desgañitándose, a tu enemigo. Soltar la rabia y redimirse. Renacer de las cenizas, volver del bautismo de una elección que cambia el rumbo de tu vida. Salir, a caballo, con el amor, en brazos. Siendo otra persona, y dejándolo todo atrás. Una película que, quizá, no sea para todos los públicos, pero que demuestra que en el cine aún no está todo hecho, y que el estilo y la firma personal son elementos vitales para una obra. Una película única y especial, que recibe el abrazo de quienes entran en la historia, y el gesto de extrañeza de quienes no quieren jugar a ese juego. Pero, en definitiva, una película diferente y arriesgada, que narra con elegancia y extrañeza. Que aunque parezcan adjetivos enemistados, funcionan a la perfección.