DOLORS LÓPEZ: Avanzo hacia mi pasado mientras conduzco sobre un asfalto ardiente de soles y años apelmazados.
Voy a encontrarme con una amiga en un punto intermedio entre nuestras terrazas de veraneo. La casualidad, o mi inconsciente, ha elegido este lugar de antaño habitado por risas infantiles y gnomos inquietantes.
La misma playa de Voramar, los leones de Manuel Vicent, Villa Elisa, y una brisa antigua me observan con reserva. Parece que me reprocharan la ausencia. Atahualpa Yupanqui me recuerda que “…quien se aleja junta quejas, en vez de quedarse aquí…”
Acaricio el mar con la mirada. Le cuento el dolor que ya conoce. Le lloro penas y ausencias. Me besa.
Ros sorprende mi conversación intensa y muda.
-¡Eh, y esa cara tan triste! ¿Qué pasa? ¿Estás bien?
Le cuento que sí, que estoy feliz por verla, incluso por volver al escenario en el que mi vida tenía más destellos felices, pero que la nostalgia me ha asaltado desde la arena.
Caminamos hacia las cabinas de masaje. Hemos reservado una sesión cada una para recordarnos que merecemos unos mimos de verano. Los 40 minutos se nos hacen muy cortos y buscamos nuestra mesa en el restaurante entre refunfuños por la brevedad. Debimos pedir la sesión de una hora ¡Qué menos!
La comida transcurre entre confidencias atropelladas y un memorable arroz.
Cuando el ritmo de la conversación se calma, aparece la reflexión social y política. Nuestro criterio sobre la realidad crea un diseño propio del futuro inmediato. Las dos nos sentimos profundamente implicadas con nuestra sociedad y momento histórico.
Lo público deviene en lo privado y la intimidad se asoma a la mesa con el café.
Formulo la pregunta
-¿Qué vas a hacer después?
Mi amiga queda descolocada. Su reacción confirma lo que imaginaba:
No se vislumbra en “un después”.
A Ros, la vida le dio un hachazo cuando a su pareja le diagnosticaron ELA. La enfermedad avanza y el fin, sin fecha, se acerca. Ella ha ido llenando cada espacio vital ocupándose de su compañero. Solo queda lugar para desarrollar su responsabilidad política con la misma pasión de siempre, a la que ha sumado sensibilidad por la fragilidad humana y los dolores que la vida provoca en las personas.
El tsunami, como ella nombra a esta tragedia que atraviesa, la ha hecho más humana y más capaz, si cabe. Su visión más certera enriquece una gestión que siempre fue magnífica. Sus conciudadanos lo saben. Lo viven y lo agradecen.
Le propongo que piense en un viaje u otra cosa, pero que piense en algo que acometer cuando él se vaya.
Le digo que es necesario que pueda comenzar a dibujarse en un futuro en el que su compañero ya no esté, porque su vida seguirá cuando camine sin una silla de ruedas entre sus manos. Cuando deje de conducir una furgoneta para desplazarle a la casa de vacaciones junto al mar.
Su mirada se empaña.
Avanzo.
__Ros, es momento de empezar ya a buscar “burbujas de oxígeno” en tu vida. Has de recuperarte como persona.
No basta con tu trabajo y tu responsabilidad. No basta con que vayas al gimnasio o a la peluquería. Hablo de espacios como éste. Escapadas, pequeños encuentros o actividades con colegas de profesión, con amigos.
Es necesario que recuerdes que tu vida es más que tu desempeño político y tu compañero.
Me mira asombrada. Asiente. Se emociona y nos abrazamos.
Tengo dos amigas más viviendo un desgarro vital semejante. En su caso por un ictus. Éstas, mujeres brillantes y valientes también, viven ya el duelo de perder a su cómplice y pareja porque las facultades mentales sí se han visto dañadas.
Las tres, las cuatro, tendremos que aprender a vivir con lo que nos ha ocurrido. En mi caso con la ausencia de mi hija.
Tendremos que reconstruir y reconstruirnos desde lo vivido.
Y lo haremos.
Nos cuesta separarnos en el abrazo de despedida. Prometemos “escaparnos” de nuevo cuanto antes.
El sol está cantando su canción roja y tierna de despedida. Mañana, cuando todas las aves cercanas lo anuncien, volverá a presidir un día en el que todo está por dibujar.
Sonrío.