DOLORS LÓPEZ: La cola para comprar entradas dobla la esquina. Barajo la idea de marcharme. No ha sido buena decisión buscar refugio en una sala de cine. Este miércoles de agosto infernal nos aleja de las plazas y nos atrapa a la sombra de cualquier espacio en el que se pueda respirar.
Avanzo lentamente hacia las taquillas mientras repaso los carteles de las películas, rastreando una imagen que me seduzca. Un toquecito en la espalda me sobresalta.
__¡Hola! ¡Qué sorpresa! ¿Cómo estás?
No salgo de mi asombro. Intento adivinar en el rostro de esta antigua pareja al hombre que amé. No le encuentro. El tiempo ha dibujado otro mapa en su piel. Pero es él, claro.
Pero él no está.
__¡Hola! ¡Cuántos años! Nunca hubiera imaginado encontrarte en la cola de un cine. No sé como me has reconocido de espaldas.
Y nos vamos poniendo al día sobre nuestras vidas.
Acordamos ver juntos la misma película, ya que la casualidad nos ha reunido.
Es extraño compartir las sensaciones que provoca una historia en la pantalla con alguien que fue una persona importante en tu vida. Y ya no lo es. Cualquier paisaje o retazo de un diálogo conecta heridas o destellos de ilusión del pasado.
Cuando nuestras miradas se cruzan, la realidad se impone. No somos los mismos.
Al terminar, indagamos en google un sitio fresquito para cenar mientras comentamos la película como si fuéramos amigos.
El pasado aparece desmintiendo una camaradería que no existe. Aparece en forma de reproches y explicaciones. De excusas y dolores viejos.
También de añoranza por la gran pasión que no supimos gestionar.
Hablamos de su torpeza por no saber terminar una relación auténtica con autenticidad. Asume su parte y permite que la pena por el fracaso se derrame entre las copas.
Asumo mi parte. No quise ver la evidencia de que él ya no estaba en nuestra historia. Todo me decía que su foco enfocaba otro paisaje humano. No me atreví a enfrentar el dolor.
Y me besa. Sin previo aviso y sin guion.
Cierro los ojos y le veo.
El beso es un lugar. El único lugar donde vivimos los dos.
El magnetismo que nos atrajo sin remedio sigue pegando nuestros cuerpos con virulencia. La piel tiene memoria y las caricias de otra era se enredan con las hoy.
Buscamos un refugio en medio de la batalla por colonizar cada centímetro del territorio ajeno. Pronto, solo hay un territorio.
Solo existe una nación y un momento.
Fuera, todo se desvanece.
Le digo que mañana nos sentiremos desconcertados y este cruce de caminos parecerá una locura. Me dice que mañana no existe.
…Y de pronto, es mañana.