ANDREA GABRIELLI: Sin ninguna intención de quitar el trabajo a mis queridos colegas de la Cartelera Turia, mucho más cualificados que yo en este tema, hoy quiero hablaros de cine y en concreto de una película que me ha fascinado desde el primer fotograma. No tengo talento ni competencia para ser un crítico cinematográfico, en absoluto, además esta publicación cuenta con las mejores plumas que se puedan encontrar en todo el país. Pero sí me encantaría comentaros mis impresiones sobre una película recién estrenada en calidad de humilde narrador gastronómico, ya que gira alrededor de la cocina con “C” mayúscula y no sería ni comprensible ni disfrutable sin tener una profunda pasión por ella. Estoy hablando de “A fuego lento“, una producción francesa del director vietnamita Tran Anh Hung. El título original sería “La pasión de Dodin Bouffant” que, honestamente, me parece mucho más acertado. No quiero hacer ningún spoiler, y no os contaré la historia, con un guion bastante sencillo y, en cierto modo, previsible y, que se desarrolla en la Francia de finales del siglo XIX. La verdadera fuerza de esta película, un tanto lenta, como las cocciones de muchos de los platos increíbles que se realizan en ella, son sobre todo las sensaciones, las emociones que transmiten y los intensos momentos gastronómicos. No solo con la elección de los ingredientes, sus pacientes preparaciones, la organización y arte de la mesa, y las secuencias de los platos o los míticos vinos elegidos para maridarlos, este largometraje nos suscita infinidad de emociones a nosotros, los espectadores y a los mismos personajes que con sus reacciones, excitación y pasión que los ojos y las sonrisas, a veces apenas insinuadas, nos tocan profundamente el corazón.
Una insuperable y estupenda Juliette Binoche se encarga de contarnos la historia de una vida a través de sus magníficos manjares, en una época donde los dictámenes de ilustres personajes como Jean Anthelme Brillat-Savarin, autor del celebérrimo libro “La fisiología del gusto“, fijaban las reglas de la cocina en un ambiente aristocrático, muy exigente en cuanto a búsqueda de sabores y combinaciones, a calidad y, sobre todo, cantidad. Es asombroso asistir a estos menús “luculianos” con decenas de platos diferentes, muy elaborados y, sin duda alguna, contundentes, y ver la naturalidad con la cual los comensales podían comerlo todo, del primer al último bocado, sin pestañear. El dueño del chateâu donde se desarrolla la historia, Monsieur Dodin Bouffant, está interpretado, y con mucho acierto, por Benoît Magimel que, junto a un cast excelente y una fotografía que juega mucho con claroscuros “caravaggianos“, acordes con la emotividad de la película, convierte la hora y media de su visión en algo profundo y poético que difícilmente puede describirse. Hay que puntualizar que el espectador que no tenga un particular interés para la cocina pueda encontrarla un poco lenta o, incluso, aburrida (algo inconcebible para mí). Después de todo, es una historia de amor, desde el terrenal, complicado y humano entre los dos protagonistas, hasta el más explosivo y pasional por la cocina y que impregna cada segundo de la visión. No escondo que he salivado bastante en el cine y que, en algunos momentos, he podido casi percibir con mi imaginación algunos aromas, tan bien descritos a lo largo de algunas escenas.
Por su historia, ambientación, referencias gastronómicas y enológicas, y por ese amor incondicional por la cocina y todo lo que representa, he tenido la sensación de encontrarme con la continuación ideológica de la película de culto y ganadora de un Oscar “El festín de Babette” (1987) del danés Garbriel Axel y cuya parte final, es decir, la organización de la famosa cena donde el general Lorens Löwenhielm reconoce incrédulo la mano de la magnífica cocinera detrás de los maravillosos platos que reconcilian a todos los invitados a la mesa y que se acaban fundiendo en un abrazo cósmico alrededor del pozo (una escena inolvidable). Esa Francia que ponía los cimientos de la que hoy consideramos la “alta cocina”, parecía formar parte de ese mundo tan diverso y lejano. Esa es también la misma base que ha dado origen a muchos fenómenos esenciales para nuestra cultura gastronómica actual (de las derivaciones negativas prefiero evitar hablar por ahora, ya que habría que escribir mucho de las “tonterías” que este afán creativo ha generado, sobre todo en las últimas décadas). En fin, si queréis disfrutar de una película donde los sentidos están siempre presentes y donde se narra una bonita historia de amor presentada poéticamente con delicadez y elegancia, id al cine a ver “A fuego lento”. Seguro que volveréis a casa con un buen sabor de boca.