ANDREA GABRIELLI: Ir a cenar o comer fuera es, para casi todos, un momento de recreo, el placer de probar platos que normalmente no comerías en casa; un rato de relajación, solos o en compañía, donde disfrutar del importante oficio del buen hostelero. Digo casi todos porqué sí conozco gente que no es capaz de prepararse un huevo frito y sale siempre a comer por pura necesidad. Pero este no es mi caso, ni de la mayoría de nosotros. Ese ratito en un restaurante o un bar donde te preparan el plato que tanto te gusta o incluso simplemente un bocadillo exquisito que, hace que comiences a salivar solo pensando en ello, es algo fantástico. Añadiría que en un restaurante disfrutamos no solo de la comida, sino también de la compañía, del servicio, del ambiente, de la decoración y de todas esas sensaciones que nos transmite el local en el momento en el que entramos y nos sentamos. Eso vale tanto para los establecimientos de lujo con estrellas y soles, como para los mesones de pueblo o los bares de barrio de toda la vida. Todos los sitios que tengan un alma propia y donde nos sentimos a gusto, nos regalan vibraciones que provocan esta íntima satisfacción, y estoy seguro que me entendéis perfectamente. De hecho, empezamos a disfrutar ya en el mismo momento que planeamos la salida, cuando reservamos nuestra mesa y pensamos lo bien que vamos a estar allí. Admitámoslo, somos unos disfrutones y, a menudo, necesitamos muy poco para gozar de lo lindo.
Hay situaciones sin embargo, que nos pueden hacer sentir incómodos, bien por nosotros mismos, o por culpa de otras personas, es decir, cuando vamos a un restaurante con niños. Salir a comer en familia y con niños es algo seguramente muy bonito, pero a veces se puede convertir en una verdadera pesadilla, bien porqué nuestros hijos son demasiado vivaces y no conseguimos que sean, por utilizar un eufemismo, algo más discretos y tranquilos, o porqué nos encontramos al lado de una familia donde los padres se desentienden totalmente de sus críos dejándoles hacer lo que quieren y montando a menudo un jaleo monumental.
Los niños necesitan su espacio para jugar y después de un rato a la mesa de un restaurante, se aburren, es algo normal y comprensible, pero es igualmente molesto estar sentado en una mesa de un sitio, intentando disfrutar de todo lo que antes os comentaba, mientras una pandilla de niños está justo a tu lado gritando, llorando y peleándose, y todo delante de unos padres totalmente indiferentes y cómplices de este atropello contra el pobre cliente. Me gusta exagerar y bromear un poco sobre esto, porqué yo también he tenido hijos pequeños y, además, bastante “moviditos”: conozco muy bien la sensación de vergüenza cuando tus críos están molestando, sin embargo no soy tan tierno hacia los padres que no se preocupan por lo que están causando sus hijos y que, impertérritos y ajenos, continúan con su sobremesa interminable sin preocuparse que la paciencia, mucho más limitada, de sus hijos se ha acabado desde hace bastante tiempo.
En fin, os expongo lo que yo pienso: la regla número uno es entender cuando es el momento de pedir la cuenta y volver a casa y la regla número dos e igualmente importante, sería elegir lugares adecuados para una familia con niños. No deberíamos forzar las cosas y llevar a niños pequeños y animados a un restaurante de alta cocina, donde los comensales están dispuestos a pagar cuentas con más ceros para disfrutar de una experiencia única y hacerlo en paz.
Hay que respetar a los demás y entender que quizás ese no es el lugar apropiado. Ya que estamos, evitaría también los wine bar, ya que el binomio alcohol-niños no es de lo más indicado. Mejor busquemos sitios que tengan espacios al aire libre (tenemos la suerte de vivir en un lugar que tiene un clima magnífico, ¿porqué no aprovecharlo?) donde los chavales puedan correr y jugar sin que eso implique la molestia de nadie. Hay muchos restaurantes que están acostumbrados a trabajar con familias y que son perfectos para estos encuentros familiares. Por ejemplo,
para una deliciosa paella en El Palmar, podríais ir a la arrocería La Andana (Plaça de la Sequiota, 7 El Palmar), un restaurante acostumbrado a una clientela familiar, donde, aun sin tener jardín, hay muchas familias con niños y bastante espacio para que, en definitiva, todos puedan disfrutar de esa salida de casa y de una deliciosa comida juntos. En resumidas cuentas, si salís con los críos, pensad un buen sitio que sea adecuado para todos, sed tolerantes con los pequeños, pero respetad sus tiempos de paciencia y sed consecuentemente responsables para que también los demás a vuestro alrededor puedan también disfrutar de su comida.