CARLOS MARTÍNEZ: Que todos somos iguales lo demuestra el hecho de que la cuesta de enero no distingue de clases. A ver si no cómo se explica que madre e hija de tan ilustre prosapia del pijerío nacional hayan coincidido justo al final de las fiestas en el anuncio de sorpresivos eventos de sus vidas sentimentales. La Tamara parece haber dilapidado ya el extra de ingresos que le supuso su blanqueante paso por MasterChef y las exclusivas de la traumática separación de su crush, quien osó traicionarla con vaya usted a saber qué personajillo de la superpoblada fauna de la cayetanía ociosa; ahora, ¡milagro!, que para eso es católica y apostólica, se ha producido la reconciliación con el voluntario pelagatos esa cara contrita de quien se dejó llevar por la tentación del maligno. La Preysler, visto que la capa se le va cayendo, pareció haber encontrado el momento adecuado para soltar lastre literario y, de paso, hacer caja nueva en año nuevo. Pero, ay, madre e hija no parecen comunicarse sus agendas y la pupila se le come la exclusiva a la veterana, como en todas las familias de bien. ¿No lo dije ya? Todos iguales.