Cartelera Turia

Charlie Watts y la batería de la Señorita Pepis

De las toneladas de letras escritas a raíz de la marcha del gran Charlie y sus destrezas como músico, me quedo con un detalle que siempre me llamó la atención: la austeridad de su batería. No me refiero a la “técnica musical tan depurada como austera”,  frase que ha aparecido indefectiblemente en la casi totalidad de los obituarios, sino en el tamaño de la misma, casi minimalista, casi de niños, casi de juguete.

¿Cómo es posible que la banda de rock más grande de todos los tiempos se apañara con lo que parecía la batería de la Señorita Pepis? ¿Recuerdan ustedes aquella firma de juguetes para niños que querían aparentar ser adultos? Pues así lucía el combo del señor Watts, un juguete comparado con las faraónicos sets de percusión del resto da bandas rock, y no digamos heavys, en feroz competición por ver quién la tiene más grande o quién hace más aspavientos…. Al gran Charlie le bastaba su media sonrisa, su elegante presencia escénica y cuatro tambores para construir la imponente base rítmica de los Stones.

He visto a los Rolling Stones en Madrid (en la mítica e infernal noche del Calderón en el 82) en Gijón, en Barcelona, en Málaga, en Benidorm… y en todos ellos las mayores ovaciones fueron para Charlie. El tipo caía bien, su sosiego era el contrapunto a la lagartija Jagger, al loco Wood y al eterno Richards. Con esa simpleza y elegancia en la percusión han actuado los Stones en grandes estadios, sonando atronadores, desde hace casi sesenta años. Fabricando desde la base rítmica legendarias aportaciones a la historia del rock en piezas como Honky Tonk Women, donde se eliminó el bajo de la ecuación rítmica para construir sobre guitarra y batería una intro memorable, incluyendo el cencerro más famoso de la historia, aportación del productor Jimmy Miller.

O la històrica intro de Sympathy for the devil, esa samba tribal cuya laboriosa gestación fue recogida por Jean Luc Godard en la película del mismo título. En decenas de clásicos y en otras piezas menores, como Emotional Rescue, y su exquisita aproximación a ritmos de discoteca, el gran Charlie Watts mostró sobrada versatilidad y eficiencia para un músico que consideraba el rock su trabajo y el jazz su pasión.

Pero de todos los momentos de Charlie, me quedo con el arranque de Paint it Black, y aquellos famosos ocho golpes secos de tambor que disparaban la canción al espacio infinito. La escuché por primera vez en un recopilatorio de los Stones que me compré a los dieciséis años, y cuya emoción, como los amores adolescentes, me acompañarán de por vida.

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