ÁLVARO PONS: No tengo muy claro si la actual tendencia de la industria mainstream americana de incorporar todo tipo de superheroínas a su oferta de series, ya sea con revitalizaciones de antiguos personajes o con las polémicas de swap gender, es producto de un auténtico compromiso con la necesaria normalización feminista de la sociedad a todos los niveles, entretenimiento incluido, o simple resultado de la bien conocida ausencia de ideología de un capitalismo que es capaz de practicar el machismo a ultranza durante milenios y, luego, convertirse en adalid del feminismo sin despeinarse si con eso vende más. En cualquier caso, bienvenida sea la posibilidad de explorar los universos superheroicos más allá de los viriles fortachones para poder encontrar superpoderosas mujeres que les plantan cara a los villanos y villanas. Es evidente que las mujeres han tomado el protagonismo en los universos Marvel y DC y a la fundacional Wonder Woman se le unen hoy una larga lista de superheroínas: Batwoman, Spidergirl, Spiderwoman, Ms. Marvel, Hellcat, Chica Ardilla o el próximo y esperable bombazo de taquilla cinematográfico de Marvel, Capitana Marvel, consolidan una presencia casi igualitaria en el cómic más comercial. Un movimiento que es más importante si cabe en la normalización de la presencia de las verdaderas superheroínas de esta industria: las autoras. Kelly Sue Deconnick, G. Willow Wilson, Marguerite Bennett o Margaret Stohl, entre otras muchas, se están abriendo camino en una compleja industria habitualmente dominada por editores, autores y lectores masculinos, trasladando al emporio comercial de los superhéroes y superheroínas lo que ya comienza a ser una realidad generalizada en el resto del mundo del cómic. Un cambio que se nota, y mucho: no por la manida (y machista) argumentación de la “sensibilidad” de la autoría femenina, sino porque aportan una visión novedosa desprovista de años de adocenamiento del género, insuflando aire fresco en una atmósfera enranciada por un género que había caído en un peligroso hermetismo endogámico. Y, sobre todo, porque hacen buenos tebeos, que no es poco.