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CÓMO MONTAR UNA LIBRERÍA Y NO MORIR EN EL INTENTO

ANDREA MOLINER: El título con el que he decidido bautizar el primer artículo del año bien podría ser el que acompañe a las páginas de uno de los miles de ejemplares que podemos encontrar embutido en la sección de empresa, tal vez seguido de la famosa coletilla “para dummies” o aposentado entre otros títulos bajo la maravillosa etiqueta (una de mis favoritas, por cierto) “estudios literarios”. Por supuesto, dicho libro no existe – aunque bien lo merecería – como tampoco el que tenga las respuestas para todas aquellas y aquellos letraheridos empedernidos que, invadidos por un cómico romanticismo, decidan meterse de lleno en el mundo del emprendimiento a lo grande: montando la librería de sus sueños, en la calle de sus sueños y en el local de sus sueños.

No obstante, sí existen otros textos, otras experiencias que, además de desalentar un poquito (no lo vamos a negar) logran contagiarte de todas las emociones, faena y privación de sueño que conlleva estar al frente de un negocio de estas características. Y es que trabajar en una – que no ser dueña de ella, no nos confundamos – te obliga a desprenderte de toda visión idealizada al respecto. Abre caja, adecenta la sección infantil (esa Guerra de Vietnam en miniatura), coloca ese libro que está tumbado o fuera del sitio, abre otra caja, atiende a los clientes (con respectivos sus humores, cambios, devoluciones, quejas, conversaciones eternas, peticiones que se convierten en auténticos desafíos lógicos y mentales…), quinta caja que abres con el cúter, no te olvides de las otras secciones, de ese libro que debería estar en ciencia ficción en lugar de en crecimiento personal, guarda esa novedad que no debería venderse hasta dentro de tres días, décima caja, a estas alturas el café calentito sobre el mostrador es un sueño que solo existe en las películas y en Instagram, la impresora no va, la botella de agua sigue llena, el cliente de última hora que repta bajo la persiana, cierra caja, comprueba que estás sola en la planta, apaga luces… Si sobrevives al leviatán llamado “Campaña de Navidad” entonces puedes con todo y con todos, incluso con quienes devuelven ese libro que tanto te ha gustado y lo cambian por ese otro cuya autora/or te da urticaria. Eso, por descontado, también se entrena.

Bien lo sabe Belen Rubiano que, desde su pequeña librería en la sevillana plaza del Rialto, fue testigo de la evolución del mercado editorial español, así como de los quebraderos propios de regentar uno de los más recordados templos lectores, a día de hoy extinto, de la capital andaluza. En dicho palacete reconvertido en morada literaria, Belén se afanaba por vender esos clásicos de la literatura española que todo el mundo debería tener en sus estanterías al tiempo que aborrecía esos best sellers – en especial hacia Los Pilares de la Tierra de Ken Follett – y a los ladrones de los mismos. Tal y como se aprecia en su libro Rialto, 11, Rubiano vierte toda clase de anécdotas, nostalgia, opiniones y aprendizajes captados al vuelo, al compás de las circunstancias y el ritmo de la librería. Algo similar (aunque con más carga crítica) consiguió la periodista y antigua librera Cecilia Monllor en su libro Nunca te hagas librero. Desmoralizante título en el que la autora hace escarnio de los entresijos del mundo del libro, liberándose de cualquier aura embellecedora para contarnos lo verdaderamente genuino tanto de la industria como del trabajo de librera/o. Al finalizar su lectura, una acaba convencida de que los sueños están bien siempre y cuando sepas como materializarlos sin arruinarte o quemarte por el camino. Y si en esas fantasías sobresale el nombre de Sylvia Beach – fundadora de la intocable Shakespeare and Company, descubridora de James Joyce y modelo al que toda aspirante a librera/o quiere aspirar – entonces deberías asomarte también a Mi maravillosa librería. Otro imprescindible dentro del género en el que Petra Hartileb nos narra los pormenores de su azarosa experiencia al mando de una de las librerías vienesas más importantes. Una tarea que desempeñó echándole horas de trabajo – que bien transmite Hartileb el agotamiento físico y mental – paciencia, sobreviviendo a situaciones que la superaban completamente y compaginando la maternidad con trabajar con su marido tras el mostrador, reponiendo novedades o pagando facturas.

Nadie dijo que fuera fácil, de hecho, según Monllor un buen librero es aquel capaz de aunar dos habilidades básicas: saber sumar y restar y saber de libros. Si una de las dos cosas falla, estas perdido. Y si bien es cierto que de pasión no se vive, lo que a una le queda claro nada más terminar dichas lecturas es que ésta permanece intacta, aunque la aventura empresarial haya naufragado como el Titanic frente al iceberg, el poder de la literatura sobrevive más allá del rompecabezas financiero y de la laboriosa gestión cultural. Por encima, incluso, de la anécdota más amarga acaecida entre libros, albaranes y tickets regalo.

 

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