ANA NOGUERA: Nuestra vida personal y social ha cambiado repentinamente y de forma radical. Como si fuera una película de ciencia ficción, estamos viviendo algo insólito que no hubiéramos imaginado. Somos más vulnerables de lo que nos creemos; no tenemos todo bajo control ni somos imbatibles. Eso nos genera incertidumbre (todavía más de la que acarreamos en este siglo XXI) y miedo. Y, aunque lo normal es que la riqueza sea un seguro de protección, en esta ocasión, el coronavirus no respeta ni clases sociales ni ideológicas ni países. Nos iguala en el miedo y también en la responsabilidad. Podríamos hablar de las nuevas amenazas de la globalización, o también de la insolidaridad y de la irracionalidad de muchos, o de los fake news, pero sinceramente quiero quedarme con lo bueno. Es absolutamente normal sentir miedo, pero el miedo no es lo mismo que el pánico que desata oleadas de irracionalidad. El miedo nos hace adquirir responsabilidad, protección hacia los nuestros y hacia nosotros mismos. Ya sé que hemos visto a personas correr desaforadamente ante los supermercados, o seguir con sus actividades como si no ocurriera nada, pero España tiene más de 46 millones de personas y no se han producido alteraciones graves ni desorden social. Somos seres sociales, familiares, vitales, y se nos pide que, para cuidarnos los unos a los otros, nos encerremos en nuestras viviendas y dejemos a un lado nuestra vida social. Resulta paradójico que nuestra mayor solidaridad la ejerzamos sufriendo la soledad de nuestra individualidad. Sin tiempo para asimilarlo, se ha modificado nuestro hábitat y nuestra vida cotidiana, incluso lo que esperábamos deseosos e ilusionados como nuestras fiestas, nuestro ocio, nuestra cultura, nuestra vida en compañía. Lo hemos aceptado resignados, conscientes de quTres cosas me gustaría destacar. La primera es que, pese a lo mucho que vamos a perder económicamente, se ha priorizado la salud de las personas. No lo olvidemos cuando pensamos que nada puede ser de otra manera y es la economía la que manda; hoy no es así: es nuestra salud la prioridad. En segundo lugar, la solidez de un Estado Social. Personas anónimas se han convertido en héroes, desde sanitarios a científicos, intentando frenar el contagio. El Estado Social funciona desde el liderazgo del Gobierno hasta el último de quienes formamos parte de él.
Y, por último, quiero destacar los aplausos, la música que se comparte en los balcones, los dibujos de los niños que adornan las ventanas, los wasaps que ayudan a sobrellevar la soledad, o las muestras imaginativas de solidaridad. No va a ser fácil. En juego está nuestra fortaleza, nuestra resistencia, nuestra paciencia y nuestra solidaridad