Cartelera Turia

CRÍTICA ANTIDISTURBIOS II:Un viaje al corazón de las tinieblas

La semana pasada introduje el argumento de Antidisturbios, la nueva serie de Rodrigo Sorogoyen (disponible en Movistar Plus), y expliqué por qué en la brillante primera secuencia ya están contenidos los motivos de la historia. Como ya dije, que los antidisturbios también son personas en la medida que lo somos todos nosotros es algo obvio (qué serían si no), y que, por lo tanto, como tales, pueden tener una vida no tan distinta a la que pueda tener cualquiera. Ahora bien, lo que a mi parecer hace de esta serie una buena serie -compleja, arriesgada, vigorosa- es la manera como filma y refleja el carácter de esos policías antidisturbios y del resto de personajes; las cualidades, rasgos y matices -mejores y peores- que los hacen humanos y cómo ese carácter conforma la sociedad en la que viven y de la que son parte. La forma como a través del lenguaje cinematográfico, de las imágenes, los diálogos, las ópticas, los tiempos, la iluminación, los sonidos o la música, la dramatización e interpretación de esos personajes (todo el reparto está formidable), lo que se dice y lo que se sugiere, capta y se adentra en el corazón de las tinieblas del alma humana y del sistema, y, así, del mundo todo, en las contrariedades de la vida y las personas, su capacidad de hacer daño y al tiempo amar, de enfrentarse y traicionarse (o no) a sí mismas.

En sus distintos aspectos, Antidisturbios es una serie completa, esto es, plena, cabal, que alcanza su mayor intensidad. Pues, a mi modo de ver, una de sus virtudes es que la trama y los personajes van unidos, así como la forma y el fondo. El entramado de corrupción a múltiples escalas que narra afecta a los personajes, al modo como se desenvuelven y viven, y así aborda de modo creíble problemáticas diversas -personales y públicas, coyunturales y estructurales- y cómo estos asuntos conviven y se vinculan entre sí: desde la manera como estos agentes del orden gestionan la violencia y sus propios fantasmas en su día a día a la negligencia y falta de atención a sus necesidades de distinta índole por parte de las instituciones públicas pertinentes. A su vez, la realización también sirve al relato y los puntos de vista que narra, hay un discurso estético que conforma el viaje que el espectador hace a lo largo de los seis episodios. Al comienzo, el enfoque y proximidad en extremo de la cámara a los personajes que a priori es fácil que uno mire con recelo (los antidisturbios) hace más complicado su juicio. Pero a medida que la serie avanza, de manera imperceptible, sin apenas darnos cuenta, nos vamos alejando de ellos, al tiempo que los movimientos de cámara y el ritmo caótico, nervioso y frenético del principio desaparece para dar paso a secuencias y planos más largos y pausados, sin perder en absoluto tensión e intensidad. De modo que, cuando ya conocemos parte de esos personajes, su historia, relaciones de poder, fatalidades, puntos flacos y debilidades, cuando dejamos de ser ellos y los miramos desde lejos, uno ya no sabe qué juzgar, y así el juicio se vuelve más interesante. Uno ya no sabe qué pensar de los prejuicios (las más de las veces inevitables) que tenía sobre ellos, o más bien, sobre lo que uno pensaba que -para bien y para mal- representaban, tanto en la ficción como en la realidad (sin por ello pretender que esto sea otra cosa que ficción, vidas inventadas, si acaso, con préstamos de la realidad). A solas quedamos con lo que hemos visto, y así uno empieza a reflexionar de veras.

Como ya dijo Martin Scorsese en una emotiva tribuna sobre por qué las películas de Marvel no le parecían cine, publicada hace ahora casi un año en El País, como en ocasiones también sucede en estas películas de superhéroes o en ciertas de acción (en absoluto desprecio a estos géneros en sí mismos, todo lo contrario, me agradan), hechas a medida del mercado y que suelen arrasar en taquilla, en Antidisturbios están presentes muchos de los elementos que para mí también definen el cine, sin importar su formato. Pero a diferencia de éstas, en esta serie sí que hay riesgos, tanto por su narración compleja, profunda e incisiva de unos personajes y la sociedad y el mundo en el que viven, sin maniqueísmo fácil y pueril, y así, dotada de un agudo e inteligente carácter político (en la medida que tal carácter invita a la reflexión y al debate reposado, no a un reduccionismo panfletario y simplista), como por su forma de hacerlo, su apuesta visual. En ella sí que hay ‘desconcierto, revelación, misterio y auténtico peligro emocional’, unos sentimientos y sensaciones que recorren la historia y que se transmiten al espectador. No la dejen de ver.

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