NEL DIAGO:Desde luego parece una osadía insólita esta de atreverse, cuando se cumplen 70 años de su creación, con la traslación a la escena de uno de los musicales más celebrados de la historia del séptimo arte, Singing’ in the rain, una película que ya en sí misma es un homenaje al cine de Hollywood y particularmente a ese momento de transición entre el cine silente y el sonoro que, entre otras muchas cosas, tuvo la virtud de elaborar piezas musicales singulares y de potenciar figuras de actores bailarines como Fred Astaire o Gene Kelley. Y digo que parece una osadía no ya porque podría resulta casi imposible encontrar intérpretes de la talla de Kelley o Donald O’Connor (lo de Debbie Reynolds es otro cantar, y no estoy haciendo un chiste), sino porque, además, su realización exige una super producción de elevadísimo coste. Y sin embargo, felizmente, todo ello se ha logrado con notable solvencia en este brillante espectáculo, comenzado por los números de baile, que siguen fielmente los originales o los recrean a criterio de Miryam Benedited responsable de la coreografía y conjunción de un extenso cuerpo de baile (más de una docena), continuando por la escenografía de Enric Planas, polivalente, compleja (que no complicada), móvil, ajustada… o por la iluminación de Albert Faura, siempre precisa, siempre ayudando a la eficacia del relato, sin olvidar aspectos tan esenciales como el vestuario o la caracterización de los intérpretes, entre los que destacan, como no podría ser de otra manera, los protagonistas (Adrià García, Ricky Mata, Diana Roig, Mireia Portas) y un elenco numeroso y capaz. Cabe destacar asimismo la elaboración de las momentos fílmicos, simpáticos, divertidos y bien llevados, o todo el apartado musical, lógicamente imprescindible. Las canciones, por cierto, se cantan en castellano, salvo el número principal, el que justifica el título de la obra, Singing’ in the rain, que, fábula obliga, se canta y baila verdaderamente bajo una lluvia, artificial, pero auténtica, que puede dar lugar a un no deseado traspiés o deslizamiento, pero a ver cómo lo evitas. Lo que sí se podría evitar es ese recurso facilón de revista en el que el personaje de Lina Lamont (la rubia “tonta”) baja del escenario y entabla una conversación “picante” con los espectadores, como cualquier vedette al uso; sin embargo, justo es reconocerlo, al público esas simplicidades le deleitan, de ahí que la actriz que las explota, Mireia Portas fuese de las más aplaudidas en el estreno junto al actor protagonista quien, según programa, a veces puede ser encarnado por Zuhaitz San Buenaventura. En definitiva, un montaje excepcional, fastuoso, de excelente calidad y que, sin duda, deleitará tanto a los amantes del cine como a los del teatro musical. Por supuesto, no es necesario ver (volver a ver) el film de Stanley Donen para poder seguir su versión teatral, pero es bastante probable que tras la contemplación del espectáculo uno acuda a cualquier plataforma de Internet a fin de revisar la película y cerciorarse de la exactitud de la traslación a la escena o de los posibles cambios. Para disfrutar.