CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA: Ni un aspaviento. Ni un mohín de disgusto. Ni un amago de espantada. Ni un desvío del guion. Magia, y solo magia. Pura. Hasta esa brisita nocturna que sucedió al chaparrón de última hora de la tarde y que tanto nos alivió a todos acabó cuadrando para que todos los astros se alineasen y Chan Marshall (o sea, Cat Power) diera lo mejor de sí misma. Precisamente en València, ante una de sus audiencias menos concurridas de la gira española, en esta ciudad que tan poco propensa es a vender la épica de sus grandes noches, como si todas sus faenas fueran de aliño. Deslumbrante Cat Power, centrada en sus canciones y solo en sus canciones, tremendamente cómoda sobre el escenario, recorriéndolo de un lado a otro como un felino herido pero orgulloso, irradiando todo el caudal de seducción de una voz que no tiene parangón ni en la música norteamericana ni en la música popular de nuestro tiempo. Y no por su potencia ni por su virtuosismo, sino por su capacidad para agarrar al vuelo cualquier composición, sobre todo ajena, y pegarle un meneo tal que no solo la deja irreconocible, sino que la aborda como si fuera parte de su piel o fruto de su entraña.
No conozco a nadie que logre lo mismo. Hay cientos de músicos diestros en el arte de la relectura irreverente, pero no por eso logran necesariamente que su versión transpire hondura y verdad. Lo que en otros es un ejercicio de sarcasmo, en la vocalista de Atlanta es un fenómeno de transustanciación, una conversión milagrosa en una composición que es la misma y a la vez distinta en sus discos, y a su vez también distinta a la que suena sobre un escenario. No fue un concierto, fue un conjuro (la mejor de las tres noches suyas que he vivido, también sensiblemente mejor a otros pases de la misma manga española, según cuentan), y suerte tuvimos de vivirlo quienes cuando vamos a verla lo hacemos con el corazón en un puño, temiendo siempre lo peor: el desbarre, el descentre, el detallito técnico (un micro, un retorno, una PA desajustada, un día que se tuerce) que la encabrone y la saque mentalmente del bolo, todo corazón pero también pura víscera, como (afortunadamente) es. La música de Cat Power merece de sobra que sus conciertos no sean ceremonias de la incertidumbre, como cuentan que eran las corridas de toros de Curro Romero o aquellos primeros bolos de Los Planetas. Y en Viveros pareció enamorada de su audiencia, y su audiencia totalmente cautiva de ella. Vayan ustedes a saber por qué. También su telonera valenciana (de Pedreguer, vaya), Sandra Monfort, merece que se le haga más caso, porque tiene todas las trazas de una gran artista. Lo acredita cada vez que graba algo nuevo o pisa un escenario.
Carlos Pérez de Ziriza.