Hay discos notables, incluso extraordinarios, que sin llegar a arañar el sobresaliente, acaban pasando a la historia bajo cierta sordina por el simple hecho de que fueron oscurecidos por su predecesor. Su único pecado fue llegar quizá un poco tarde, cuando el factor sorpresa ya difícilmente podía jugar a su favor. Hay ejemplos a patadas: Unidad de desplazamiento (2000) de Los Planetas, Bossanova (1990) de los Pixies, Darkness on the Edge of Town (1978) de Springsteen o el Wish (1992) de The Cure. Todos corrieron la mala suerte de llegar justo inmediatamente después de las obras maestras indiscutibles de sus artífices. Y salvando todas las distancias, esa es también la maldición que en cierto modo afectó a Subtitulo (2006), el sexto álbum del norteamericano Josh Rouse, un trabajo cuyo único pecado fue llegar justo después de dos cumbres suyas como 1972 (2003) y Nashville (2005). Ni siquiera un anuncio de televisión (aquel de una compañía de gas natural que se sirvió de “Quiet Town”, su apertura) hizo virar esa opinión generalizada.
Ya fuera porque la primavera se acerca, ya fuera porque València le trae buenos recuerdos de cuando aquel disco se gestó o ya fuera porque atisbamos la luz al final del túnel y estamos más que necesitados que nunca de vibraciones positivas, más aún tras tantos meses de sequía en directo, el de Nebraska decidió encarar su primer concierto en más de un año con el rescate íntegro de aquel trabajo, bendecido en su gestación por una localidad tan determinante en el pop de aquí – recuerden la trilogía de Bustamante, Palmero y Laguarda – como fue Altea y sus callejones encalados de blanco. Hay una especie de hilo invisible que une al Rouse de 2006 y a la radiante luminosidad de parte de nuestro mejor pop mediterráneo, sin duda. Y la recuperación integra de Subtitulo sirvió para recordarnos su calidad intrínseca, más allá de comparaciones odiosas. Y para dejarnos momentazos como esa emocionante “The Man Who” en la que por fin pudimos disfrutar del dueto vocal entre Rouse y su mujer, Paz Suay. El highlight de la tarde, sin duda.
Pero hubo mucho más en un concierto en el que, si algo funcionó a prueba de inactividad pandémica, fue la compenetración que atesora un Josh Rouse especialmente locuaz y relajado con Xema Fuertes – guitarra – , Caio Bellveser – bajo – y Alfonso Luna – batería – , sus habituales compañeros de correrías, todos valencianos, y fue el bis: un delicioso paseo por algunas de las gemas de su carrera, como “It’s the Night Time” (de Nashville), “Hollywood Bass Player” (de Country Mouse, City House), “Come Back (Light Therapy)” (de 1972) y una estupenda versión del “Please do not go” de los Violent Femmes. Así hasta redondear uno de los mejores bolos que uno le recuerda (y eso que los cuento por decenas), yendo – no podía ser de otro modo tras tanto tiempo – de menos a más, a un músico que se crece en las distancias cortas. Puede que la sed de directos tenga algo que ver en esa apreciación, eso también es cierto. Pero esa es la sensación con la que salimos del Musical. Y con la sonrisa dibujada de oreja a oreja.
Fotos: María Carbonell.