Ni Dios, ni patria ni rey, decía una vieja máxima anarquista. Ni irlandeses, ni negros ni perros, titulaba John Lydon su primer libro de memorias. Y ni épica, ni drama ni rock sería la exigencia que se marcó Pau Vallvé a la hora de facturar su último – extraordinario – disco. Lo explicó él mismo en una larga introducción en su concierto de La Rambleta, luciendo categoría de monologuista. Contó su tarea de depuración estilística, de derribo de ideas preconcebidas, de lugares comunes y tics muy habituales (por otro lado) a gran parte de la escena independiente estatal, que redundó en un disco en el que, por caber, hasta cabían un bolero y una bossa nova. Sin sobreactuaciones, sin búsqueda a la desesperada de los subidones de turno, sin que el autoflagelo – que sigue ahí, claro, sigue siendo él – derive en ganas de cortarse las venas, que para algo sirve el sentido del humor, sobre todo cuando empieza por el saludable arte de reírse de sí mismo. El músico catalán se quedó confinado, sin haberlo previsto, en el sótano que le sirve como estudio, tan solo unos días después de haberse separado de su pareja, y lo que pudo haber sido una obsesiva turbina de sensaciones opresivas, una mueca de ahogo, fue en realidad un ejercicio de liberación. Se llamó La vida és ara (Autoeditado), y fue – sin duda – uno de los mejores trabajos hechos en este país en 2020.
El concierto que dio en València reflejó escénicamente esa disposición: apenas un cuadrículo del escenario, una iluminación escuetísima y la única compañía del multiinstrumentista argentino Darío Vuelta, a quien pudimos ver hace un tiempo acompañando por aquí a Fernando Alfaro. Samplers, percusión electrónica, guitarra, bajo y poco más. Un formato tan económico como efectivo, en el que las canciones de nuevo cuño resuenan con fuerza y las antiguas cobran una dimensión nueva. A la tercera fue la vencida, porque el concierto había tenido que cambiar de fecha al menos un par de veces desde que fue anunciado, hace más de un año, y la cola que se formó a la salida del recinto para comprar uno de sus discos firmados – se agotaron antes incluso que la propia cola – fue la expresión más gráfica de lo satisfecho que salió un público que Vallvé ha logrado multiplicar con creces en nuestra ciudad, desde sus primeras visitas. Fue otro triunfo del menos es más.
Foto: María Carbonell.